Conducta feroz

Estaba parada en el medio del escenario. Una luz le apuntaba a la cara, resaltaba sus duros rasgos de ucraniana desencajada. Estaba entre dos cuerpos sin vida. Un suave aroma a pólvora hacía galopar mi corazón como único sonido en el ambiente. Me apuntaba con rabia. Quise saber qué tipo de arma y solo leí Colt. Su transpiración goteaba en el parqué del escenario. Hubo silencio. La gente que quiero me habla al oído y me convence de lo mucho que me quieren...
"Es la última vez que me jodés. Nadie se te va a acercar jamás hijo de puta", murmuraba.
Sus ojos mostraban un rojo iracundo. Su voz era grave y segura. Tenía la mirada de un demonio. Se acercó sigilosa hasta mi butaca apuntando la Colt a mi rostro. Sus movimientos eran certeros. Yo me encontraba paralizado sin saber cómo explicar lo que había sucedido. ¿Cómo explicarme que en el escenario había dos actores, que yo ni conocía, con plomo hasta las orejas? Que esta loca de remate me obligaba a arrodillarme, apuntándome a la cabeza para pedirle perdón.
"Vas a decirme que no lo esperabas, ¿no es cierto? ¿Vas a hacerte la víctima? No espero otra cosa de un maricón como vos", me decía esto mientras me acariciaba con la Colt que me helaba la frente.
Una señora a mi lado lloraba sin poder levantarse del asiento. Maquillada como una puerta se encontraba más horrible que cuando había llegado y aunque no le quedaba muy bien, le quedaba más parejo. Del susto se había meado y cagado y entre el olor nauseabundo y el miedo, los gritos de la gente ya lejandos, la soledad, el martirio, la pena, el hambre, la desgracia, mi rodilla lastimada, no tengo para el colectivo, si la mata a la señora podré sacarle algunas monedas...
Antes
En cuanto el primer actor cayó con la cabeza mutilada por dos balas, la multitud huyó desesperada por la salida. No eran más de treinta personas, en realidad. Fue tan extraño que cuando fue herida la otra actriz no me sorprendió. No lo sentí. Estaba sumido en los maravillosos ojos de la ucraniana que aparecía detrás de la ventana del decorado. Allí había sido la escena de “la paloma blanca por la ventana”. Estaba hipnotizado. Luego disparándole todo el cargador a la actriz para rematarla. “Vanesa Cortese” murmuré casi fascinado. La conocía. Ya imaginaba los diarios. Ya imaginaba las preguntas en la calle. Ya imaginaba entrevistas. Una gordita de pelo lacio con rostro aniñado, muy sensual e inocente, que había conocido un domingo en un bar de Córdoba y Gascón era el camino a mis quince minutos de fama.
Aquél domingo tras escasos cumplidos y caricias tuvimos sexo en un telo cerca de allí. Durante la semana nos habíamos encontrado para revolcarnos. Era una ninfómana básicamente. En el telo decía que mi miembro era como un honguito y me tenía de acá para allá con eso. No podíamos vernos en lugares públicos porque comenzaba con los besos y ya quería meterse dentro de algún ascensor "por fantasías" que le despertaba, según ella, o en algún cine empezaba a buscar mi honguito para jugar. Al principio me sentí conforme y hasta alegre de mi situación... pero luego de un tiempo... luego de un tiempo comenzaron los problemas.
Mi cuerpo reclamaba cualquier mujer que caminaba por la calle. Les hablaba. Molesto. Insistente. Pensaba en coger sí o sí tres o cuatro veces por semana. Vanesa se encargaba de satisfacerme pero luego de unos meses yo quería probar otras cosas, otros cuerpos, otros gemidos, más caricias... y a ella mucho no le gustó. Ella quería probar cosas distintas aunque luego me dí cuenta que las quería probar conmigo y no con otros. Cada vez que la veía la tenía callada chupándome la pija o, a lo sumo, gimiendo en la cama. A las semanas ni nos saludábamos. Debe ser el sexto sentido, o simplemente es una ucraniana desencajada, porque Vanesa se dio cuenta que algo no funcionaba de la misma manera entre nosotros. Lo último que quería era reconocer cierta infidelidad insana a mansalva... que venía engañándola con quien se me cruzara por la calle con el solo hecho de gozar... con cualquiera... Sin embargo, se enteró.
Ahora
"La señora está un poco asustadita, Honguito. Contále, Honguito, contále. Contále como hiciste para dividir el tiempo entre tantas mujeres y hombres, maricón. Contále como me metiste los cuernos, dale... Así entiende como viene la cosa. Si tuvieras los huevos que deberías tener (decía mientras sacaba un preservativo sin dejar de apuntarme) sabrías qué hacer ahora, ¿no, Honguito?", llegó a murmurar.
Sacó un palito de helado y me lo puso en la boca.
"Yo no sé cómo se llama usted, señora. No la voy a lastimar, pero le pido por favor que no se olvide de este individuo porque si lo vuelve a ver, sabrá que llegó al infierno."
Me quitó el palito de helado, lo chupó con los ojos cerrados y aspiró hondo.
Envolvió el caño de la Colt con el forro, cerró los ojos y se le escapó una lágrima. Se mordió el labio y sentí un aire muy fresco arriba, en la frente.
Una oscuridad negra sin luna en una playa... y más allá... el vacío.