Solemos pensar boludeces, pero a quién le importa. Sabemos que a muy pocos les importa nuestra opinión. Pero a Mónica y a mí lo único que nos importa es estar solos charlando y riendo sobre lo tonto que somos a veces.
A veces creo que me va a dejar. La neurosis me carcome los huesos. Cada sonrisa la disfruto como si fuera la última. Creo que nunca se me acabarán las ganas de verla a los ojos cuando piensa. Porque cuando piensa es cuando más se le iluminan los ojos. Tiene esos pensamientos raros que nacen de tanto pensar en nada (o en todo). Siempre se dice que somos capaces de cualquier cosa. A mí me alcanza si me mira: así empiezo a soñar con barcos llenos de flores y arco iris que nacen en la palma de mis manos cuando las abro.
Un día estábamos en Plaza Irlanda, alegres. Me había invitado a conocer la Plaza. Los nenes y las nenas jugaban en el arenero. Había dos que estaban de la mano jugando a ser Mamá y Papá. Se acercaron hacia nuestro banco y nos contaron que se estaban por casar. Que habían decidido mudarse a Ituzaingó. Allí vivían las abuelas de ambos. Pero no era por eso. Según decían sus abuelas, era el aire tan limpio de Ituzaingó el que les decía que tenían que irse para allá. Mónica les dijo que le parecía bien que estén juntos, pero que tenían que esperar un poco para casarse. Les explicó que quizás se sientan un poco perdidos si no conocen la zona, así que les sugería que visitaran más seguido a sus abuelas para conocer mejor el aire de Ituzaingó. La pareja feliz la escuchó sin despegarse. Estaban seguros de que se amarían por siempre y le aseguraron a Mónica que estarían un tiempo pensando antes de irse a Ituzaingó. El nene se entusiasmaba aunque su novia era más cauta. Se reían ruidosamente cuando Mónica les hacía alguna mueca mientras hablaba. Al rato se fueron caminando de la mano hasta llegar al Subibaja.
Mónica no sabe quienes son sus padres. Según ella, eso no es importante. ¡Pero qué le importan a ella sus padres! Está contenta conmigo porque no la abandonaré nunca y se lo repito dos veces antes de dormirnos. Sus hermanos no son sus hermanos. Pensaba que decirles hermanos era tierno y llegó un momento en el que fue un error irreparable. Cuando no hay vuelta atrás, no hay vuelta atrás, suele decir y su rostro triste no plantea ninguna duda. Por eso prefiere reírse. Por la misma razón que a mí no me gusta hablar de mi esterilidad.
¿Quién no tiene problemas? Miente aquél que dice que no. Pero a su vez están esos que dicen irónicamente que no es necesario acordarse de todos los males que uno tiene. ¿Es necesario acordarse que uno no tiene la posibilidad de tener hijos para disfrutar una vida? Mónica siempre hace esas preguntas raras que yo no entiendo. ¿Es necesario tener en cuenta que a mis papás los secuestraron? ¿Por qué tengo que sentirme mal si no tengo ganas?
Mónica tiene el pelo corto. Se lo cuida mucho. Todas las mañanas se lava obsesivamente y se lo peina por aproximadamente diez minutos de treinta maneras diferentes. Dice que le mejora mucho el cuero cabelludo. Es linda así como es. Nunca se sabe cuanto más puede soportar, pero disimuladamente, y como todas las mujeres, soporta más de lo que se espera de ellas. No le gusta preparar el desayuno. Prefiere arreglarse y estar linda para mí. Dice que eso la estimula más. Y yo le creo y la disfruto. Hace meses que no trabaja. Tuvimos suerte una noche en el Bingo y hace dos meses que yo también estoy de vacaciones. Pronto, dice, pensaremos algo interesante. Ayudar a la gente, digo. Pero insiste en que la gente debe darse cuenta sola, que mejor viajemos lejos. Me tiene atrapado con salidas vigiladas. Y he dejado de salir. Prefiero saludarla por la mañana como si fuera Año Nuevo. Me gusta sentirla en mis brazos como si la rescatase de un barco a punto de hundirse. Aferrarme a su vida con un abrazo. Todas las mañanas le regalo un pétalo de jazmín mojado con una lágrima que se me cae al verla dormir. Todas las noches la sueño. Despierto a la noche y siento su calor. Es una rutina a la que me acostumbré fácilmente.
Voy a dejar de escribir. He comenzado a llorar como cada vez que escribo sobre ella y ya no puedo pensar.
A veces creo que me va a dejar. La neurosis me carcome los huesos. Cada sonrisa la disfruto como si fuera la última. Creo que nunca se me acabarán las ganas de verla a los ojos cuando piensa. Porque cuando piensa es cuando más se le iluminan los ojos. Tiene esos pensamientos raros que nacen de tanto pensar en nada (o en todo). Siempre se dice que somos capaces de cualquier cosa. A mí me alcanza si me mira: así empiezo a soñar con barcos llenos de flores y arco iris que nacen en la palma de mis manos cuando las abro.
Un día estábamos en Plaza Irlanda, alegres. Me había invitado a conocer la Plaza. Los nenes y las nenas jugaban en el arenero. Había dos que estaban de la mano jugando a ser Mamá y Papá. Se acercaron hacia nuestro banco y nos contaron que se estaban por casar. Que habían decidido mudarse a Ituzaingó. Allí vivían las abuelas de ambos. Pero no era por eso. Según decían sus abuelas, era el aire tan limpio de Ituzaingó el que les decía que tenían que irse para allá. Mónica les dijo que le parecía bien que estén juntos, pero que tenían que esperar un poco para casarse. Les explicó que quizás se sientan un poco perdidos si no conocen la zona, así que les sugería que visitaran más seguido a sus abuelas para conocer mejor el aire de Ituzaingó. La pareja feliz la escuchó sin despegarse. Estaban seguros de que se amarían por siempre y le aseguraron a Mónica que estarían un tiempo pensando antes de irse a Ituzaingó. El nene se entusiasmaba aunque su novia era más cauta. Se reían ruidosamente cuando Mónica les hacía alguna mueca mientras hablaba. Al rato se fueron caminando de la mano hasta llegar al Subibaja.
Mónica no sabe quienes son sus padres. Según ella, eso no es importante. ¡Pero qué le importan a ella sus padres! Está contenta conmigo porque no la abandonaré nunca y se lo repito dos veces antes de dormirnos. Sus hermanos no son sus hermanos. Pensaba que decirles hermanos era tierno y llegó un momento en el que fue un error irreparable. Cuando no hay vuelta atrás, no hay vuelta atrás, suele decir y su rostro triste no plantea ninguna duda. Por eso prefiere reírse. Por la misma razón que a mí no me gusta hablar de mi esterilidad.
¿Quién no tiene problemas? Miente aquél que dice que no. Pero a su vez están esos que dicen irónicamente que no es necesario acordarse de todos los males que uno tiene. ¿Es necesario acordarse que uno no tiene la posibilidad de tener hijos para disfrutar una vida? Mónica siempre hace esas preguntas raras que yo no entiendo. ¿Es necesario tener en cuenta que a mis papás los secuestraron? ¿Por qué tengo que sentirme mal si no tengo ganas?
Mónica tiene el pelo corto. Se lo cuida mucho. Todas las mañanas se lava obsesivamente y se lo peina por aproximadamente diez minutos de treinta maneras diferentes. Dice que le mejora mucho el cuero cabelludo. Es linda así como es. Nunca se sabe cuanto más puede soportar, pero disimuladamente, y como todas las mujeres, soporta más de lo que se espera de ellas. No le gusta preparar el desayuno. Prefiere arreglarse y estar linda para mí. Dice que eso la estimula más. Y yo le creo y la disfruto. Hace meses que no trabaja. Tuvimos suerte una noche en el Bingo y hace dos meses que yo también estoy de vacaciones. Pronto, dice, pensaremos algo interesante. Ayudar a la gente, digo. Pero insiste en que la gente debe darse cuenta sola, que mejor viajemos lejos. Me tiene atrapado con salidas vigiladas. Y he dejado de salir. Prefiero saludarla por la mañana como si fuera Año Nuevo. Me gusta sentirla en mis brazos como si la rescatase de un barco a punto de hundirse. Aferrarme a su vida con un abrazo. Todas las mañanas le regalo un pétalo de jazmín mojado con una lágrima que se me cae al verla dormir. Todas las noches la sueño. Despierto a la noche y siento su calor. Es una rutina a la que me acostumbré fácilmente.
Voy a dejar de escribir. He comenzado a llorar como cada vez que escribo sobre ella y ya no puedo pensar.