Fernando Savater
Viernes veintisiete de febrero aunque ya es tan de noche que ha pasado a ser sábado. Tras el primer trago de negra ha pasado a ser ese día de la semana que no figura en ningún almanaque gregoriano. Un día de fiesta que no se anticipa. Un momento en el año que no se espera pero que sabemos que nos toca una vez a la semana si somos aburridos.
Y para qué mentirles. Ya estoy borracho de alegría. Ya estoy contento de alcohol. Mis manos se mezclan con el aire y se desprenden de mi cuerpo. Leo burbujas en el aire con mi rostro. Tan difícil vivir, tan difícil contar que al lado de ella cualquier giro estilístico merece un brindis.
Ahí viene.
-Hola, preciosa. Estaba contando de vos.
-¿Qué contabas de mí? ¿Cuándo te di permiso para hablar de mí, imbécil?- musitó acomodándose un rulo que caía sobre sus cejas.
-Pero, che- entoné tiernamente- apenas te sentás y ya largás un cocodrilo. Mirá que sos diablura- dije y cerré los ojos para marear la brújula.
-Pero si estás borracho... y vos mejor que no preguntes porque se te van a cortar las ganas de preguntar- amenazó cruzándose de piernas mientras miraba con odio repentino a quien lee estas líneas.
-Preciosa, vos sabés que hoy vine con muy poco dinero.
-Me lo imaginaba- y luego (no me dejará mentir caro lector) murmuró algo apenas sonoro como - si sos un tirado.
-Y quiero emborracharme porque le dije a mi amigo, el dueño del bar, que...
-¡El dueño del bar es tu amigo ahora!- gritó descruzando las piernas mientras yo saludaba con una sonrisa de ojos achinados a Lalo, uno de los dueños del bar que estaba en la barra, mientras acumulaba 60 grados Celsius en mis orejas mientras anotaba en mi memoria los rostros de aquellos que voltearon mientras meneaba mi cabeza por el impacto del lúpulo en las sienes mientras ella hacía ademanes...
-No grites, preciosa- dije como si le enseñara a sumar dos más uno.
-Mirá, imbécil. Primero- dijo enderezando su espalda- Primero- repitió y rió involuntaria- no tenés cultura alcohólica. No me podés hablar. Segundo. Segundo- dijo efervescente- si me hablás, si me hablás jamás me digas qué debo o no debo hacer. Y tercero, te aclaro que no por último; el dueño del bar solo puede ser un conocido, un conocido tuyo y nada más. Ese tipo, en un bar como éste, no puede ser amigo de cada borracho como vos que viene a escuchar la muy buena música que seleccionan para que oigas. Porque sos un cliente. Clientela. Consumidor.
-Pero bueno. No nos pongamos así que se te frunce la voz y agudiza tu carita de ángel... tu carita de ángel... me hace acordar a esa chica linda de González Catán. Pero era brava... ¡cómo vos! Era brava - repetí creo que por segunda vez (o tercera si cuento esa que la pensé antes de decirla) y luego pensé en lo alejado de Ález Catán, el campo, la gente simple y generosa, mi abuela, mi tía, mis primitos que me ven como un hombre grande pero no me conocen, las calles de tierra, el amanecer gallináceo... Gallináceo ¿qué linda palabra, no es cierto?
-¡Eh! ¡Eh! ¿Tenés un cigarrillo?
-No. Preciosa. Brava. Preciosa. Braciosa. Braciosa Gallinácea- ¿y qué podía hacer sino sonreír con todos los dientes para afuera? ¿Cómo escapando de mis labios? Como agrietando las mejillas. Como si me olvidara de ella, como si me olvidara del día, como si me olvidara de todo lo que debo, como si me olvidara que la Srta. Nacaro es el amor de mi vida y no me animo a decírselo, como si olvidara, como si olvidara... me olvidara a mí mismo.
Un japonés, el señor Jo Miuri Tanaka había salido Campeón Mundial del Coito. Con ese título, daba conferencias en todas partes del mundo. Cuando llega a la Argentina, brinda una conferencia de prensa en el Bauen y responde a las inquietudes de los periodistas:
-Señor Tanaka ¿qué piensa de la mujer argentina?
-Muy puta- contesta el Señor Tanaka.
-¿Y la peruana?
-Muy tielna- contesta el Señor Tanaka.
-¿Y la mexicana?
-Todas vílgenes- contesta el Señor Tanaka.
-¿Y la italiana?
-Fogosa- contesta el Señor Tanaka.
-¿Y la sueca?
-Muy callada- contesta el Señor Tanaka.
-¿Y la belga?
-Y... la velga... muy cansada... muy cansada.
-¡Eh! ¡Eh! Pero ¿sos tarado, vos? Me hacés perder el tiempo. ¿Con qué te colgaste ahora? Vos tomás algo, a mi no me pasás, como dice ese amigo tuyo que cocina, a mí no me pasás. Vos te enchufás con algo. Mejor dicho, te desenchufás. ¿Qué hago acá? ¿Para qué me trajiste? ¡Me aburro, tarado! Dejá de tomar ¿Por qué tomás si después no sabés qué decir?- seguía ella y no paraba, le aseguro; no paraba. Era hermosa, unas piernas brillosas, un rostro liso, un escote premiable. Les juro que más de uno alquilaría balcones para verla ahora mismo; a los gritos- ¡encima no trajiste cigarrillos! Mirá que me peiné pero yo sabía que iba a ser al pedo tanto esfuerzo. Me traés acá, que no me gusta. Todo el tiempo rock, rock. Una quiere un poco de melódico, también. ¡Algo más romántico!
¿Sabe usted? Ella dijo y dijo, con tanto alboroto que casi me desmayo. En cambio, a último momento (y con perdón de su hermosura) me coloqué un cuchillo en mis manos, de esos que Borges guarda oculto para sus gauchos honorabilísimos cuando la traición desborda; y con la autoridad que me daba ser el arquitecto de nuestro encuentro, a pesar de todos los presentes que hubieran preferido disfrutar algo más erótico, a pesar de usted lector que hubiera querido leerla un rato más y a pesar de mí que sabía lo mucho que la extrañaría; tomé la drástica decisión. Con pena en mis oídos, la tomé del cuello y, salpicando estas hojas que escribo, corté su garganta para quitarle ásperamente su vida.
Basta de peroratas. Basta de Chimenterolas. Basta de griterío. Basta de imposiciones estilísticas o genéricas. Basta de imbecilismos impunes. Basta de borrachos ingenuos. Basta de mentiras de hospital. Basta de irrespetuosidades. Basta de Las Pelotas. Basta de Divididos. Basta de Katarro Vandálico, Auténticos Decadentes, Mal Momento, La Portuaria, Cabezones, Los Cafres, Me Darás Mil Hijos, Imparciales, Leo García, Carajo, Sensación Térmica, La Mancha de Rolando, Levas, Karamelo Santo, Arbol, Trío Concerto, Damas Gratis, No tengo, Trujamán, Padre Rainbow, La Nueva Luna, Basta de Todo, basta. Basta, por favor.
Yo solo quería contar de mi “amiga” Sabrina que acaba de comunicarme su embarazo de dos meses. Y que vine al Negril a felicitar a Lalo, el futuro padre.
No sé por qué se me aparecen todas estas palabras.
Debe ser que ya estoy borracho.