1 – uno
25 de noviembre de 2003. Cumpleaños 25. Me levanto temprano. Tipo diez de la mañana. En realidad estaba despierto escuchando ¿cuál es? desde las nueve. Alguien llama por teléfono y no reconozco quién es. Saludo, agradezco, nos reímos y así. Lindo, muy lindo. Acaricio mi rostro y considero que la barba que hay no merece la afeitadora manual. Amaranta que saluda y me alegra la mañana. En la cocina me la encuentro a Marta. Una encantadora boliviana que encripta su mensaje con palabras apretadas, anécdotas frescas, sonrisa envidiable o frases tirabuzón. Rostro alegre, pequeña como durazno pero dulce y paciente. Nos visita cada martes porque somos varios y limpiamos a veces. Ella ayuda. Amaranta nos deleita con sus “huevos rancheros” que pican agradablemente. El desayuno proteico de los campeones. Comemos como diez porciones entre Marta, Amaranta y yo. A Marta le gustan. A mí me gustan. Amaranta ya los conocía ricos. Me visto y salgo de compras.
En la calle el sol increíble golpea con 25 º C (como si también festejara mi cumpleaños) y devuelvo “Juegos, trampas y dos armas humeantes” a José de “La Cuevita” (Billinghurst y Av. Rivadavia, sobre Billinghurst). Linda película. Inglesa. Buenos actores. Lo mejor: el negro con su actitud sicótico – homosexual. Saludo a José, el dueño del videoclub y me dirijo al cajero automático por más billetes. Un tipo con un ojo de vidrio de lentes culo de botella intenta colarse en la fila pero le aclaro que soy el próximo. “No te entusiasmes”, murmuro aunque no sé si me oye. Mira con uno de sus ojos (no sé si el vivo o el muerto) pero muy tranquilo se coloca detrás de mí.
Marcelo de la “Granja de José” (de Sánchez de Loria y Av. Rivadavia) me dice que el lechón entero o medio lechón, pero que menos no me puede dar porque no le conviene. Le aclaro que fui a la panadería de Jorge (Sánchez de Loria e Hipólito Irigoyen) como me dijo anoche, para encargar que cocinen el lechón y que ya me esperaban. No siente la presión que intento. Mira el reloj. Son las 11 de la mañana. Se incomoda y me manda con el carnicero que corta con una cuchilla: Daniel. Un hombrazo de un metro ochenta (mínimo) con un sombrerito blanco de matarife y un delantal casi en su totalidad ensangrentado. Me muestra medio lechoncito freezado y me convence de llevarlo: cinco kilos y doscientos treinta y dos gramos. Pago y me voy para lo de Jorge con el “lechoncito” (como lo llama Daniel) que pesa una barbaridad.
Rengo por la rodilla estropeada llego a la panadería (Sánchez de Loria e Hipólito Irigoyen) y Jorge me recibe (el dueño de la panadería) con sus ojos celestes como el cielo de ese día. Mira la hora también. Guarda el lechoncito detrás del mostrador. Me pregunta mi nombre (yo ya conozco a Alejandro que es el encargado cuando Jorge no está) y me dice que vuelva a las nueve de la noche. Hasta ese momento no lo había pensado. “Jorge: ¿cómo me llevo esto cuando lo termines?” Alejandro, desde atrás entiende mi pregunta pero dibuja una pequeña sonrisa. “No te preocupes que te doy todo en unas bandejitas. ¿Compraste adobo?”, me pregunta y quedo atontado por no haber pensado en el condimento. Le digo que no, y me doy cuenta que lo sabía y dice que él lo compra. Me da la mano y ya está. Tengo encargado el lechón para la cena de esta noche.
2 – dos
Reviso los mails y confirmo dos o tres bajas para la cena. Llama Claudia Levy con una gripe que la tumba. Dice que no viene. Todo bien porque me alegra escucharla después de tanto tiempo. Durante todo el día llaman María Laura Caymes Scutari y Marina Kogan que no pueden comunicarse dejando sendos mensajes en el contestador que ya deben odiar. Los oigo todos: se alegran de saludar y putean porque atiende otra vez el contestador.
Compro las bebidas en el supermercado de los chinos (Esparza entre Rivadavia e Hipólito Irigoyen). La boliviana de la verdulería me vende la ensalada de esta noche. En la puerta hay un rubio de Seguridad nacido en Ucrania con un perro grande como un Fiat 600 que fue criado en Alemania... que duerme todo el día. Una de las cajeras es de Paraguay aunque no me lo dice directamente. La chica que atiende en la fiambrería y los carniceros son nacidos en la Argentina. Hay un italiano, pero todavía no lo conozco. No sé de qué trabaja. Podría insistir. Faltaría un yanqui y están casi todos.
Vuelvo con las bolsas. Tomo unos mates y fumo un cigarrillo. Me acuesto de cuatro a seis. Pienso qué preparar para acompañar el lechoncito. Pero me duermo en el intento.
3 – tres
Seis menos cuarto. Hace hora y media que doy vueltas en la cama. No pude dormir nada. Escucho en la radio basta de todo con MM y JPV porque me divierten las 17 de las 17. Alguien toca el timbre. Mientras tanto, la hermosa Diane Lou Sandoval Martin me despierta y sensual con su vestido floreado me invita a hablar en la oscuridad de mi habitación. No entiendo qué dice. Solo la miro. Es mi viejo, “el jefe”. Mi papá. Vino a saludar. Vino. Trajo dos López. Contentos nos tomamos unos mates como de dos horas. Hablamos, nos reímos y cada cuál a lo suyo. Defender la política. Defender el arte. Defender nuestro lugar en el mundo. Mezclar todo y ver que sale. Soñar con mejorar. Qué hacer si mejoramos... y así. Grande, el viejo. Cuando viene inspirado; inspira. Se va a tramitar cosas como siempre y quedo solo en la casa. Llamo a Pablo “Biper” Ragoni para que venga y me cuenta de su muela mocha y su presentación el jueves a la tarde noche. Tiene que estudiar mucho. Y entiendo el faltazo por la admiración que siento hacia él. Promete venir el sábado. Nos reímos, como siempre por teléfono. Me entero de algunas cositas y le cuento otras. Y así.
Pongo música porque todo parece irreal. Los colores, las texturas. Casi nada me da la conciencia que necesito. Huelo sahumerios. Me tumbo en un puff y sueño que domo unicornios de plata embellecidos con guardas de oro (todo en tres minutos y medio). Tiemblo de pensar que puede volver esta noche. Que tal vez esta sea la noche en que se sepa. Pero no. Hace unos años siento que puedo morir en cualquier momento. Por eso escribo como un condenado. Escribo para regalar cuando me vaya. No es trágico morirse. Al final, como dice Gaspar Noé, la muerte es una mierda pero no es para tanto. Porque todo se muere al final. ¿O no?
4 – cuatro
Voy al locutorio frente a casa a chequear más mails y llamar a Javier Espíndola: teléfono equivocado. Jorge “Georgetown” Grandoni que dice que ese es el número, que otro no tiene, que pruebe otras opciones, que lo llame; pero nada, una pena que Javier no pueda venir. De vuelta compro unos cigarrillos en el kiosco y le comento del cumpleaños al kiosquero para que me haga precio con los antinflamatorios. Me dice feliz cumple pero nada más. Llego a casa y encuentro a Valentina que mira la bicicleta: una cosita chiquitita de ojos curiosos como el Vicente (nuestro gato). Seguro que Patricia “Pata” Martínez les abrió. En el sillón con Vicente está Mariana Sánchez, la madre de Valentina. Madraza. Abrazo. Beso. Caricias. Alguna vez...
Nos ponemos al tanto, le aclaro que estoy atrasado y que tengo mil cosas que contarle. Ella empieza pero la interrumpo varias veces por el teléfono. Es Analía “la Cone” Rothar. Nunca reconozco su voz y la nombro como gente que no existe. Otra engripada. Apenas la oigo. Parece llamarme de la trinchera más avanzada en el desierto árabe. Contenta pero aturdida saluda mis 25 años y me alegro también... por ella que llama. Hay varios llamados para Luciana Lamothe que venía a festejar a casa. Cumple el mismo día que Pablo Fried, amigo de Matías (mi hermano) y yo. Le pido a Mariana que atienda el teléfono. Leo las notas que dejó “Pata” que dicen que Laura Abramzon viene 20:45 hs. Miro el reloj. Ya está a dos cuadras. Me ducho. Salgo apenas despeinado del baño porque suena el timbre. Es Laura con un regalo especial: la torta y sus velitas. Ya no entiendo nada. La cabeza implota de la felicidad. Para colmo viene con una amiga. Ana Clara, de Córdoba. Las dos cantan en un coro y espero que esta noche lo prueben. Mis únicos dos regalos materiales los trae Laura debajo de la torta. Dos libros: “Guiones Televisivos – Antología” y “El Pan de la Locura y los Prójimos” de Carlos Gorostiza. Ana Izaguirre me regalará una torta de “mouse” de chocolate que vuelve locos a los invitados. Outstanding.
Llega el Chucho, alias Daniel Miranda, con un vinito en la mano y la sonrisa del feliz cumpleaños en el rostro – aunque dice que “los veinticinco son los peores” – y me abraza como lamentándose por mí. (Su llegada siempre será un párrafo aparte).
Los demás que llegan:
Ignacio “Nacho” Izaguirre, hombre de una presencia ineluctable. Mordaz, preciso y dormilón. Las malas lenguas le dicen la Morsa, aunque no saben lo que oculta. Creo que yo tampoco, pero cuando lo muestre o se sepa, ¡agarráte del paravalanchas, negrita! Cristóbal Thayer (el amigo de la casa que nació en Chile y estudia para ser un gran filósofo) saluda a todos y se sienta por ahí en el puff a charlar y fumar sus Lucky Strike con actitud mezcla James Dean y Federico Niesztche. Llega Mariela Roa, que también viene contenta, como siempre ella. Conozco algunas casualidades pero ella es causalidad: cuando llegó recordé que sonaba música en la casa. Ahora es cuando me pierdo porque el sólo hecho de pensar que había tanto vino, me confunde el orden de llegada de los invitados. Estoy seguro que por ahí llega Esteban “El Pichu” Serniotti. Volvió hoy de una gira por Mendoza con “Cabezones” y trajo un vino que compartiremos luego. Qué alegría este tipo. Recién te conozco, le digo, y me abraza. Un tipo “chido”, diría Amaranta. Amaranta Díaz Carnero llega con su regalito: otro vinito. Un vinazo. Especial. Porque lo trae ella, obvio. En su escritura he descubierto algo que busco en la mía pero no encuentro. Ya me enseñará. Ella y Pichu irán en busca del lechoncito freezado. Cuando vuelven todavía está calentito. Celeste Paterno, con su bolsita y cara de cansada toma posesión de una silla y acomoda su plato con el lechón y la ensalada. Verónica Toyos Grinspurn me abraza con generosidad y disfruta de nuestro encuentro con amigos de hace rato y nueva gente que le presento. Siempre bien. Siempre tan inteligente. Atender el teléfono otra vez: Maximiliano Antonio “El Toni” Villalba, otro amigo de energía. Ahora vive solo y está tocando en los colectivos. Dejará el bar de su tío para buscar... qué se yo que estará buscando pero “ayudaré a que lo encuentres”, digo y cuelgo. Mariana Izaguirre, hace su entrada: la cantante lírica más hermosa que conocí (aunque debo reconocer que conozco pocas cantantes líricas). No conoce a nadie y la presento. Los varones agradecen mi gesto.
5 – cinco
Todos comen y toman.
6 – seis
Llega mi mamá de rendir un examen en la escuela de Bellas Artes: seis. Viene con una amiga del colegio Lola Mora que confunden con mi hermana. Pablo Andrés Pucci, alias “El hombre de color azul”, llega con sus amigos, mis conocidos. Uno trae una guitarra que luego de un rato descosen entre él (le dicen El Chino) y Pichu. Pablo siempre es bienvenido como yo lo soy en su casa cualquier día a cualquier hora. Los que lo acompañan son varios. Agustín entre ellos. Pibe muy copado. Juega muy bien a fútbol y es muy divertido cuando toca la guitarra para que Pablo cante. El otro, Pablo , estudia abogacía y cada vez que lo veo me alegra intercambiar datos y anécdotas sobre libros. Debe ser el joven que más lee. Todo el tiempo enseñándome. Sabe y no lo hace notar: un hombre sabio. También con Pablo Pucci llega “El Negro” que viene con su amiga, una italiana simpática pero con un pequeño tajo en su tobillo. Habla muy bien castellano aunque suena graciosa cuando lo hace. Teléfono: Nadia “Nano” Saphir. Gracias, y vos ¿cómo andás? Qué alegría. Nos vemos el sábado, entonces. Besos. Llega otro músico, es mexicano también (como Diane Lou y Amaranta): Camilo “El Kinky” No sé cuánto, nos asombra a todos con las canciones que toca y su voz. Nos miramos los que no lo conocemos porque es muy bueno. Y cantamos con él. Fito Páez, Soda Stéreo, Virus y varios más que El Chino acompañará con otra guitarra. Teléfono: Valeria Fedorowickz. Que gracias por la invitación, que feliz cumpleaños, que nos vemos el sábado. Es bueno que llame, porque la esperaba. Algo es algo. Sergio Bigart también llega con su camiseta increíble. Viene de la muestra de una artista y uno puede leer en el frente de la camiseta “Yo soy amigo de la artista” y en su espalda “La que muestra dos cuadros”. Creo que decía eso. Llegó cuando el vino nadaba en mis ojos. Después cambiaría su frase en el frente de la camiseta: “Todos tengamos sexo ya por Luqas”. Y detrás también decía: “Ya”. A las cuatro de la mañana volvió a cambiar solo el frente: “Me voy en ‘20”. A las cinco se cansó de todos y uno podía adivinarlo al leer “Me voy” en el pecho. Su espalda seguía con el “Ya”. Matías Oliveira, mi hermano, y Laura, su novia, llegaron cansados de un recital en el Teatro Regina: Brian Storming. Con él volvieron mis co-habitantes: Ana y Pata. Venían más o menos contentas pero con hambre y cansadas. Casi no quedaba lechón. Luciana Lamothe, la otra cumpleañera, también llegó con hambre y un ramo de flores que alguien muy atento le obsequió. Todos le cantamos el feliz cumpleaños para mi alegría. Por último llega un grande (por el tamaño de su corazón) que saluda y cuenta que estuvo muy buena su comida: Ezequiel “El Checho” estuvo en un restaurante reemplazando a un chef y vino “alegre”, muy “alegre” por ello. Prometió un regalo porque vino con las manos vacías. El muy tonto no sabe que ya me regaló algo que no le devolveré. Pero mejor así. Un pingazo.
7 – siete
Así pasó la noche. Con todos cantando, hablando, fumando, gritando, comiendo, riendo y todos los endos que podíamos juntar para que el que estuviera enfrente se divierta. Tranquilo, como esperábamos. Como si hubiera sido planeado. Y de todo eso, quedó esto. Esto que se puede tocar, si se imprime alguna vez. Esto que es solo un punto de vista. Esto que otro dirá que es medio confuso. Esto que alguno dirá que me equivoqué, que Nacho llegó antes que Mariana o que Valentina estuvo gritando como una loca y no pusiste nada o que la comida y la ensalada o que el porro que había era escaso o que la voz de Pablo “el hombre de azul” también estaba buena o que la chica esa que no sé quién es también estaba buena y más “o”, que dirán los que vinieron. Los que no, se lo perdieron. Supongo que estos (¿Cuáles? Éstos) no dirán nada.
No dirán nada porque saben que esto es para los que no vinieron. Para los que perdieron la oportunidad de estar en casa. No quería olvidarme de los que dijeron “uh, no puedo”; “justo entre semana”; “este boludo ahora me lo dice”; “mejor voy a la fiesta del sábado”; “no me contesta un mail y quiere que vaya a su cumpleaños”; “¿éste no sabe que vivo en Estados Unidos?”; “¿y éste quién es?”; “que me llame, la invitación por mail es ‘cualquiera’, cabezón” y demás cosas que no vale la pena reproducir. Para mi amigo Joselo Machuka que está como a dos mil km, Constanza “Coty” Erenhaus que está estudiando en Estados Unidos, Nicolás (el franchute más copado que hay en París. En realidad no vive en París pero para que todos sepan, vive por ahí. Ya lo van a conocer y le preguntan a él dónde vive, ¿ok?) y otros.
Porque como siempre digo: el brindis no se hace por nadie en particular.
Se brinda “por las dudas”.
25 de noviembre de 2003. Cumpleaños 25. Me levanto temprano. Tipo diez de la mañana. En realidad estaba despierto escuchando ¿cuál es? desde las nueve. Alguien llama por teléfono y no reconozco quién es. Saludo, agradezco, nos reímos y así. Lindo, muy lindo. Acaricio mi rostro y considero que la barba que hay no merece la afeitadora manual. Amaranta que saluda y me alegra la mañana. En la cocina me la encuentro a Marta. Una encantadora boliviana que encripta su mensaje con palabras apretadas, anécdotas frescas, sonrisa envidiable o frases tirabuzón. Rostro alegre, pequeña como durazno pero dulce y paciente. Nos visita cada martes porque somos varios y limpiamos a veces. Ella ayuda. Amaranta nos deleita con sus “huevos rancheros” que pican agradablemente. El desayuno proteico de los campeones. Comemos como diez porciones entre Marta, Amaranta y yo. A Marta le gustan. A mí me gustan. Amaranta ya los conocía ricos. Me visto y salgo de compras.
En la calle el sol increíble golpea con 25 º C (como si también festejara mi cumpleaños) y devuelvo “Juegos, trampas y dos armas humeantes” a José de “La Cuevita” (Billinghurst y Av. Rivadavia, sobre Billinghurst). Linda película. Inglesa. Buenos actores. Lo mejor: el negro con su actitud sicótico – homosexual. Saludo a José, el dueño del videoclub y me dirijo al cajero automático por más billetes. Un tipo con un ojo de vidrio de lentes culo de botella intenta colarse en la fila pero le aclaro que soy el próximo. “No te entusiasmes”, murmuro aunque no sé si me oye. Mira con uno de sus ojos (no sé si el vivo o el muerto) pero muy tranquilo se coloca detrás de mí.
Marcelo de la “Granja de José” (de Sánchez de Loria y Av. Rivadavia) me dice que el lechón entero o medio lechón, pero que menos no me puede dar porque no le conviene. Le aclaro que fui a la panadería de Jorge (Sánchez de Loria e Hipólito Irigoyen) como me dijo anoche, para encargar que cocinen el lechón y que ya me esperaban. No siente la presión que intento. Mira el reloj. Son las 11 de la mañana. Se incomoda y me manda con el carnicero que corta con una cuchilla: Daniel. Un hombrazo de un metro ochenta (mínimo) con un sombrerito blanco de matarife y un delantal casi en su totalidad ensangrentado. Me muestra medio lechoncito freezado y me convence de llevarlo: cinco kilos y doscientos treinta y dos gramos. Pago y me voy para lo de Jorge con el “lechoncito” (como lo llama Daniel) que pesa una barbaridad.
Rengo por la rodilla estropeada llego a la panadería (Sánchez de Loria e Hipólito Irigoyen) y Jorge me recibe (el dueño de la panadería) con sus ojos celestes como el cielo de ese día. Mira la hora también. Guarda el lechoncito detrás del mostrador. Me pregunta mi nombre (yo ya conozco a Alejandro que es el encargado cuando Jorge no está) y me dice que vuelva a las nueve de la noche. Hasta ese momento no lo había pensado. “Jorge: ¿cómo me llevo esto cuando lo termines?” Alejandro, desde atrás entiende mi pregunta pero dibuja una pequeña sonrisa. “No te preocupes que te doy todo en unas bandejitas. ¿Compraste adobo?”, me pregunta y quedo atontado por no haber pensado en el condimento. Le digo que no, y me doy cuenta que lo sabía y dice que él lo compra. Me da la mano y ya está. Tengo encargado el lechón para la cena de esta noche.
2 – dos
Reviso los mails y confirmo dos o tres bajas para la cena. Llama Claudia Levy con una gripe que la tumba. Dice que no viene. Todo bien porque me alegra escucharla después de tanto tiempo. Durante todo el día llaman María Laura Caymes Scutari y Marina Kogan que no pueden comunicarse dejando sendos mensajes en el contestador que ya deben odiar. Los oigo todos: se alegran de saludar y putean porque atiende otra vez el contestador.
Compro las bebidas en el supermercado de los chinos (Esparza entre Rivadavia e Hipólito Irigoyen). La boliviana de la verdulería me vende la ensalada de esta noche. En la puerta hay un rubio de Seguridad nacido en Ucrania con un perro grande como un Fiat 600 que fue criado en Alemania... que duerme todo el día. Una de las cajeras es de Paraguay aunque no me lo dice directamente. La chica que atiende en la fiambrería y los carniceros son nacidos en la Argentina. Hay un italiano, pero todavía no lo conozco. No sé de qué trabaja. Podría insistir. Faltaría un yanqui y están casi todos.
Vuelvo con las bolsas. Tomo unos mates y fumo un cigarrillo. Me acuesto de cuatro a seis. Pienso qué preparar para acompañar el lechoncito. Pero me duermo en el intento.
3 – tres
Seis menos cuarto. Hace hora y media que doy vueltas en la cama. No pude dormir nada. Escucho en la radio basta de todo con MM y JPV porque me divierten las 17 de las 17. Alguien toca el timbre. Mientras tanto, la hermosa Diane Lou Sandoval Martin me despierta y sensual con su vestido floreado me invita a hablar en la oscuridad de mi habitación. No entiendo qué dice. Solo la miro. Es mi viejo, “el jefe”. Mi papá. Vino a saludar. Vino. Trajo dos López. Contentos nos tomamos unos mates como de dos horas. Hablamos, nos reímos y cada cuál a lo suyo. Defender la política. Defender el arte. Defender nuestro lugar en el mundo. Mezclar todo y ver que sale. Soñar con mejorar. Qué hacer si mejoramos... y así. Grande, el viejo. Cuando viene inspirado; inspira. Se va a tramitar cosas como siempre y quedo solo en la casa. Llamo a Pablo “Biper” Ragoni para que venga y me cuenta de su muela mocha y su presentación el jueves a la tarde noche. Tiene que estudiar mucho. Y entiendo el faltazo por la admiración que siento hacia él. Promete venir el sábado. Nos reímos, como siempre por teléfono. Me entero de algunas cositas y le cuento otras. Y así.
Pongo música porque todo parece irreal. Los colores, las texturas. Casi nada me da la conciencia que necesito. Huelo sahumerios. Me tumbo en un puff y sueño que domo unicornios de plata embellecidos con guardas de oro (todo en tres minutos y medio). Tiemblo de pensar que puede volver esta noche. Que tal vez esta sea la noche en que se sepa. Pero no. Hace unos años siento que puedo morir en cualquier momento. Por eso escribo como un condenado. Escribo para regalar cuando me vaya. No es trágico morirse. Al final, como dice Gaspar Noé, la muerte es una mierda pero no es para tanto. Porque todo se muere al final. ¿O no?
4 – cuatro
Voy al locutorio frente a casa a chequear más mails y llamar a Javier Espíndola: teléfono equivocado. Jorge “Georgetown” Grandoni que dice que ese es el número, que otro no tiene, que pruebe otras opciones, que lo llame; pero nada, una pena que Javier no pueda venir. De vuelta compro unos cigarrillos en el kiosco y le comento del cumpleaños al kiosquero para que me haga precio con los antinflamatorios. Me dice feliz cumple pero nada más. Llego a casa y encuentro a Valentina que mira la bicicleta: una cosita chiquitita de ojos curiosos como el Vicente (nuestro gato). Seguro que Patricia “Pata” Martínez les abrió. En el sillón con Vicente está Mariana Sánchez, la madre de Valentina. Madraza. Abrazo. Beso. Caricias. Alguna vez...
Nos ponemos al tanto, le aclaro que estoy atrasado y que tengo mil cosas que contarle. Ella empieza pero la interrumpo varias veces por el teléfono. Es Analía “la Cone” Rothar. Nunca reconozco su voz y la nombro como gente que no existe. Otra engripada. Apenas la oigo. Parece llamarme de la trinchera más avanzada en el desierto árabe. Contenta pero aturdida saluda mis 25 años y me alegro también... por ella que llama. Hay varios llamados para Luciana Lamothe que venía a festejar a casa. Cumple el mismo día que Pablo Fried, amigo de Matías (mi hermano) y yo. Le pido a Mariana que atienda el teléfono. Leo las notas que dejó “Pata” que dicen que Laura Abramzon viene 20:45 hs. Miro el reloj. Ya está a dos cuadras. Me ducho. Salgo apenas despeinado del baño porque suena el timbre. Es Laura con un regalo especial: la torta y sus velitas. Ya no entiendo nada. La cabeza implota de la felicidad. Para colmo viene con una amiga. Ana Clara, de Córdoba. Las dos cantan en un coro y espero que esta noche lo prueben. Mis únicos dos regalos materiales los trae Laura debajo de la torta. Dos libros: “Guiones Televisivos – Antología” y “El Pan de la Locura y los Prójimos” de Carlos Gorostiza. Ana Izaguirre me regalará una torta de “mouse” de chocolate que vuelve locos a los invitados. Outstanding.
Llega el Chucho, alias Daniel Miranda, con un vinito en la mano y la sonrisa del feliz cumpleaños en el rostro – aunque dice que “los veinticinco son los peores” – y me abraza como lamentándose por mí. (Su llegada siempre será un párrafo aparte).
Los demás que llegan:
Ignacio “Nacho” Izaguirre, hombre de una presencia ineluctable. Mordaz, preciso y dormilón. Las malas lenguas le dicen la Morsa, aunque no saben lo que oculta. Creo que yo tampoco, pero cuando lo muestre o se sepa, ¡agarráte del paravalanchas, negrita! Cristóbal Thayer (el amigo de la casa que nació en Chile y estudia para ser un gran filósofo) saluda a todos y se sienta por ahí en el puff a charlar y fumar sus Lucky Strike con actitud mezcla James Dean y Federico Niesztche. Llega Mariela Roa, que también viene contenta, como siempre ella. Conozco algunas casualidades pero ella es causalidad: cuando llegó recordé que sonaba música en la casa. Ahora es cuando me pierdo porque el sólo hecho de pensar que había tanto vino, me confunde el orden de llegada de los invitados. Estoy seguro que por ahí llega Esteban “El Pichu” Serniotti. Volvió hoy de una gira por Mendoza con “Cabezones” y trajo un vino que compartiremos luego. Qué alegría este tipo. Recién te conozco, le digo, y me abraza. Un tipo “chido”, diría Amaranta. Amaranta Díaz Carnero llega con su regalito: otro vinito. Un vinazo. Especial. Porque lo trae ella, obvio. En su escritura he descubierto algo que busco en la mía pero no encuentro. Ya me enseñará. Ella y Pichu irán en busca del lechoncito freezado. Cuando vuelven todavía está calentito. Celeste Paterno, con su bolsita y cara de cansada toma posesión de una silla y acomoda su plato con el lechón y la ensalada. Verónica Toyos Grinspurn me abraza con generosidad y disfruta de nuestro encuentro con amigos de hace rato y nueva gente que le presento. Siempre bien. Siempre tan inteligente. Atender el teléfono otra vez: Maximiliano Antonio “El Toni” Villalba, otro amigo de energía. Ahora vive solo y está tocando en los colectivos. Dejará el bar de su tío para buscar... qué se yo que estará buscando pero “ayudaré a que lo encuentres”, digo y cuelgo. Mariana Izaguirre, hace su entrada: la cantante lírica más hermosa que conocí (aunque debo reconocer que conozco pocas cantantes líricas). No conoce a nadie y la presento. Los varones agradecen mi gesto.
5 – cinco
Todos comen y toman.
6 – seis
Llega mi mamá de rendir un examen en la escuela de Bellas Artes: seis. Viene con una amiga del colegio Lola Mora que confunden con mi hermana. Pablo Andrés Pucci, alias “El hombre de color azul”, llega con sus amigos, mis conocidos. Uno trae una guitarra que luego de un rato descosen entre él (le dicen El Chino) y Pichu. Pablo siempre es bienvenido como yo lo soy en su casa cualquier día a cualquier hora. Los que lo acompañan son varios. Agustín entre ellos. Pibe muy copado. Juega muy bien a fútbol y es muy divertido cuando toca la guitarra para que Pablo cante. El otro, Pablo , estudia abogacía y cada vez que lo veo me alegra intercambiar datos y anécdotas sobre libros. Debe ser el joven que más lee. Todo el tiempo enseñándome. Sabe y no lo hace notar: un hombre sabio. También con Pablo Pucci llega “El Negro” que viene con su amiga, una italiana simpática pero con un pequeño tajo en su tobillo. Habla muy bien castellano aunque suena graciosa cuando lo hace. Teléfono: Nadia “Nano” Saphir. Gracias, y vos ¿cómo andás? Qué alegría. Nos vemos el sábado, entonces. Besos. Llega otro músico, es mexicano también (como Diane Lou y Amaranta): Camilo “El Kinky” No sé cuánto, nos asombra a todos con las canciones que toca y su voz. Nos miramos los que no lo conocemos porque es muy bueno. Y cantamos con él. Fito Páez, Soda Stéreo, Virus y varios más que El Chino acompañará con otra guitarra. Teléfono: Valeria Fedorowickz. Que gracias por la invitación, que feliz cumpleaños, que nos vemos el sábado. Es bueno que llame, porque la esperaba. Algo es algo. Sergio Bigart también llega con su camiseta increíble. Viene de la muestra de una artista y uno puede leer en el frente de la camiseta “Yo soy amigo de la artista” y en su espalda “La que muestra dos cuadros”. Creo que decía eso. Llegó cuando el vino nadaba en mis ojos. Después cambiaría su frase en el frente de la camiseta: “Todos tengamos sexo ya por Luqas”. Y detrás también decía: “Ya”. A las cuatro de la mañana volvió a cambiar solo el frente: “Me voy en ‘20”. A las cinco se cansó de todos y uno podía adivinarlo al leer “Me voy” en el pecho. Su espalda seguía con el “Ya”. Matías Oliveira, mi hermano, y Laura, su novia, llegaron cansados de un recital en el Teatro Regina: Brian Storming. Con él volvieron mis co-habitantes: Ana y Pata. Venían más o menos contentas pero con hambre y cansadas. Casi no quedaba lechón. Luciana Lamothe, la otra cumpleañera, también llegó con hambre y un ramo de flores que alguien muy atento le obsequió. Todos le cantamos el feliz cumpleaños para mi alegría. Por último llega un grande (por el tamaño de su corazón) que saluda y cuenta que estuvo muy buena su comida: Ezequiel “El Checho” estuvo en un restaurante reemplazando a un chef y vino “alegre”, muy “alegre” por ello. Prometió un regalo porque vino con las manos vacías. El muy tonto no sabe que ya me regaló algo que no le devolveré. Pero mejor así. Un pingazo.
7 – siete
Así pasó la noche. Con todos cantando, hablando, fumando, gritando, comiendo, riendo y todos los endos que podíamos juntar para que el que estuviera enfrente se divierta. Tranquilo, como esperábamos. Como si hubiera sido planeado. Y de todo eso, quedó esto. Esto que se puede tocar, si se imprime alguna vez. Esto que es solo un punto de vista. Esto que otro dirá que es medio confuso. Esto que alguno dirá que me equivoqué, que Nacho llegó antes que Mariana o que Valentina estuvo gritando como una loca y no pusiste nada o que la comida y la ensalada o que el porro que había era escaso o que la voz de Pablo “el hombre de azul” también estaba buena o que la chica esa que no sé quién es también estaba buena y más “o”, que dirán los que vinieron. Los que no, se lo perdieron. Supongo que estos (¿Cuáles? Éstos) no dirán nada.
No dirán nada porque saben que esto es para los que no vinieron. Para los que perdieron la oportunidad de estar en casa. No quería olvidarme de los que dijeron “uh, no puedo”; “justo entre semana”; “este boludo ahora me lo dice”; “mejor voy a la fiesta del sábado”; “no me contesta un mail y quiere que vaya a su cumpleaños”; “¿éste no sabe que vivo en Estados Unidos?”; “¿y éste quién es?”; “que me llame, la invitación por mail es ‘cualquiera’, cabezón” y demás cosas que no vale la pena reproducir. Para mi amigo Joselo Machuka que está como a dos mil km, Constanza “Coty” Erenhaus que está estudiando en Estados Unidos, Nicolás (el franchute más copado que hay en París. En realidad no vive en París pero para que todos sepan, vive por ahí. Ya lo van a conocer y le preguntan a él dónde vive, ¿ok?) y otros.
Porque como siempre digo: el brindis no se hace por nadie en particular.
Se brinda “por las dudas”.