-¿Me llevás?
-¿Adónde?- preguntó en la puerta del camión.
-Vos vas derecho, ¿no?
-Decíme un lugar o te vas a cagar y no me viste más, pendejo.-¿Adónde?- preguntó en la puerta del camión.
-Vos vas derecho, ¿no?
-San Clemente del Tuyú.
-¡Pero esto es La Plata, nene!
-Yo voy hasta San Clemente, ¿me llevás?
-¿Tenés yerba?- ya estaba negociando.
-No, pero hago buenos mates y tengo mejor oído.
-Esperá dos horas acá, voy a echarme una siestita, nene.- El camionero cerró la puerta, subió la ventanilla y no se oyó un solo ruido más. Golpeé la ventanilla y aclaré:
-Otra cosa, la música la pongo yo.
-Si tocás este camión te voy a cagar tanto a trompadas que del asco te voy a vomitar encima.
-Vos te lo perdés, gordo.-
-Volvé en dos horas y charlamos.
-Yo te despierto.
¡No voy a esperar las dos horas! ¡La estación de servicio mide como dos manzanas y está repleta de camiones y yo me voy a quedar con el primero que sale en dos horas! ¡Ni loco! Caminé dos metros y me subí a otro:
-¿Me llevás?
-¿Y vos quién sos?- gritó asustado un camionero de anteojos y poco pelo.
-Juan Pérez.- mentí.
-¿Llevás merca?- interrogó temeroso pero no le contesté.- ¿Adónde vas? Por la mitad de la merca empezamos a hablar.
-Chau, gracias.- Bajé y caminé otros dos pasos.
-¡No, pará! ¿Tenés unos pesitos? ¿Cinco, diez?
-No. Voy a San Clemente. Podemos charlar en el viaje, yo no me duermo.- mentí otra vez.
-No, pibe. Yo a eso no juego, te agradezco. Hasta carne de chancho* y en pedo**. No, pibe. Buscáte a otro.
"Buscáte a otro", eso me pone los pelos de punta***. Y la puta madre que los parió****. Todos quieren plata. Tengo menos suerte yo.
-Hola. Voy a San Clemente, ¿me llevás?
-Mmh, puede ser.- me dijo mirando mi entrepierna y lamiéndose los labios.
-Está bien, dejá: me busco otro, gracias. Puto tramposo.- Si cuando tengo suerte, tengo suerte. Ya me quedan dos camiones.
-Hola. Voy a San Clemente, ¿me llevás?
-Voy a Santa Fé, pibe.- contestó sin mirar.
-Ah, gracias... de todas formas...- ya sin ganas ni quería mirar el último camión.
-Pará- me detuvo el hombre. Tenía una gorrita que decía en la frente “cuidado”. Me miró un segundo y no lo dudó:- Preguntá en la barra del bar por Juan Carlos. Hay uno de rulos ahí, ¿lo ves? ese lo conoce, preguntále si Juan Carlos anda por acá que se iba para Mar del Plata. Es copado el flaco.
-¿Juan Carlos se llama?- pregunté fingiendo entusiasmo.
-Sí. ¿Te gusta el porno? Si le llevás una revista el flaco te lleva seguro.
-Bueno, me fijo.- algo en su media sonrisa me hizo suponer que me estaba mintiendo. Será su gorrita.
-Bueno. ¿Tenés yerba?- intentó el de gorrita.
-No, me la robaron en una garita los "zorro gris" porque no tenía documentos.- mentí por tercera vez.
-Está bien.- dijo sin dejar de mirarme. Es obvio que no me creyó.
El último. Al fin. No importa si no viajo con este Juan Carlos, por lo menos el de gorrita me avisó que hay un Juan Carlos.
-Disculpáme, estoy buscando a Juan Carlos ¿sabés si anda por acá?- le dije al de rulos que comía una empanada de carne y tomaba un vasito de vino tinto. El aroma de esa empanada me recordó a Santiago del Estero y mi tía abuela.
-Es aquél de la punta, el que tiene la botella "Ocho Hermanos".- y señaló a un tipo de barba, de unos cuarenta años, algo desgarbado y a punto de perder el equilibrio por el whisky que bebía.
-Gracias. ¿Puedo usar el baño?
-Sí, al fondo. Fijáte que la luz se prende antes de entrar. Tirále unas monedas al ciego.- me dijo con la boca llena de empanada.
Cuando entré al baño cerré los ojos un instante y me sentí dentro de un tarro lleno de bosta. Apenas me oyó entrar el ciego (que había estado todo esa tarde a oscuras) me dijo que Dios me bendiga y movió un poquito la mano con un platito que tenía tres monedas de diez centavos y con la otra mano repicaba el bastón en el suelo.
-Disculpá, pero monedas no me quedaron, la próxima.- mentí por cuarta vez.
-Vos te limpiás el orto con papel, ¿no? Tiráme un papel en el plato.- susurró levantando la voz.
-Si no fueras ciego... no, no tengo papel...- mentí por quinta vez.
-¿¡Pero a quién amenazas con esos zapatitos de maricón!?
Tenía razón en cuanto a la amenaza... y también con lo de los zapatitos: ¡pero maricón!
Supuse que le diría lo mismo a todos los que no colaboran con él. Cuando salí pude oírlo, eran insultos duros, largos, elaborados. Fuera del baño, rompí la llave de la luz y miré mis zapatitos. Sospecho que los miré con otros ojos. Y pensé que algunos son ciegos de puro gusto nomás.
-¿Vos sos Juan Carlos?- le dije al de barba. Mi ansiedad era atolondrada. El estaba extraviado y su vaivén era pronunciado.- ¿Vos sos Juan Carlos, che?- insistí algo nervioso.
-Ah, sí. ¿Te debo algo? Arreglá con el Turco... el se acuerda donde guardo la plata.- y se acercó un ropero de dos metros. Si hubiera tenido que cobrarle la deuda al grandote, lo pensaría dos… mil veces antes.
-No, no. Me dijeron que vas a Mar del Plata ¿me tirás hasta San Clemente?
-Ah...- me miró- y a vos ¿que te pasó en la cara?- sonrió.
-Ese ciego de mierda y su bastón.- le dije mostrando la marca que ya estaba violeta según la cara de Juan Carlos- Decíme ¿me llevás o no hasta San Clemente del Tuyú?
-Eh, bajando el tonito... ¿sabés hacer mate?
-Sí, del mejor.
-Ah, bueno, y no te podés quedar dormido ¿está claro?
-Sí, seguro.
-... Bué... ¿querés un trago?- invitó pero no contesté porque tenía ganas de estar acomodado tomando unos mates.
-No, claro, ya casi no queda nada.
-Decíme una cosa, Juan Carlos, ¿vas a manejar así?- El miró al Turco grandote y sonrió. El tipo secaba una copa con una toalla sucia. De a poco se enderezó y me miró de arriba abajo.
-No. Decíme vos una cosita.- Levantó su dedo índice, me señaló primero la cara y después mis pies- ¿y vos vas a subir a mi camión con esos zapatitos?
-Pero qué tienen estos zapatitos- le pregunté al Turco grandote.
-Y… muy machos que digamos no son- y escupió una carcajada.
-Pará un poquito... pará un... poquitito, hermano... te parecés... te pa mi hermano... je, je, je.
-Uh, la puta madre- maldije a mi suerte.
-Sí, sí... te pudritento... me cagote lando.- Juan Carlos se reía y tambaleaba rumbo al camión. No me voy más, pensé.
-Pará que vamos... aguantáme que me echo una meadita... ¡Che, Turco! ¡Anotáme la botella... ocho...!
-Bueno, ¡pero si mañana no volvés, te mando a buscar, eh! ¡´te hagás el piola!
-Qué te hacés el malo, Turco.- reía Juan Carlos- Pibe, aguantá, aguantá, eh. Quedáte ahí... ¡pero quedáte, eh, no te movás!
-Sí, si, andá.-“Si me quedo un rato más y lo despierto al gordo del primer camión me puedo ir, ya pasó media hora. Una hora y media más se pasa volando. Pero salgo enseguida con este Juan Carlos ¡Borracho de mierda! Podría esperar, total ¿qué apuro hay?”, pensaba.
-¡¡Pibe!! ¡Pibe! ¿Vamos? Turco, mañana a la noche paso ¿cuánto te debo?- salió Juan Carlos como un tromba. Estaba como nuevo y con una energía renovada.
-Y... dejáme ver... son cincuenta y seis pesos, Juanca...- gritó el Turco grandote.
-Mmh... no me cagues Turco, mirá que soy borracho pero no boludo.- Juan Carlos se acercó al Turco grandote aunque enseguida se alejó para esquivar un puñetazo que lanzó el Turco.- Bueno, mañana paso, que vuelvo ¡Pibe! ¿Vamos o no? ¡Dale, nene!
-Es el rojo aquél, ah, escucháme, traéme una yerba- ahora se interrumpía mirando mi mentón- la barbita que tenés me hizo acordar de un chiste... ¡pedíle al Turco!- ordenó y empezó a cantar- ¡Barrio, Barrio, perdoná si al evocarte...se me... se me pianta un lagrimón!-¿Y, pibe?- me miró sorprendido porque no le obedecía mientras sacaba de mi mochila un paquete de medio kilo de Unión.
-¿Cómo te gusta... dulce o amargo?
-¡Esa, nene! ¡Amargo, amargo! ¡Para dulce estoy yo!- gritó Juan Carlos.
------¡Pero esto es La Plata, nene!
-Yo voy hasta San Clemente, ¿me llevás?
-¿Tenés yerba?- ya estaba negociando.
-No, pero hago buenos mates y tengo mejor oído.
-Esperá dos horas acá, voy a echarme una siestita, nene.- El camionero cerró la puerta, subió la ventanilla y no se oyó un solo ruido más. Golpeé la ventanilla y aclaré:
-Otra cosa, la música la pongo yo.
-Si tocás este camión te voy a cagar tanto a trompadas que del asco te voy a vomitar encima.
-Vos te lo perdés, gordo.-
-Volvé en dos horas y charlamos.
-Yo te despierto.
¡No voy a esperar las dos horas! ¡La estación de servicio mide como dos manzanas y está repleta de camiones y yo me voy a quedar con el primero que sale en dos horas! ¡Ni loco! Caminé dos metros y me subí a otro:
-¿Me llevás?
-¿Y vos quién sos?- gritó asustado un camionero de anteojos y poco pelo.
-Juan Pérez.- mentí.
-¿Llevás merca?- interrogó temeroso pero no le contesté.- ¿Adónde vas? Por la mitad de la merca empezamos a hablar.
-Chau, gracias.- Bajé y caminé otros dos pasos.
-¡No, pará! ¿Tenés unos pesitos? ¿Cinco, diez?
-No. Voy a San Clemente. Podemos charlar en el viaje, yo no me duermo.- mentí otra vez.
-No, pibe. Yo a eso no juego, te agradezco. Hasta carne de chancho* y en pedo**. No, pibe. Buscáte a otro.
"Buscáte a otro", eso me pone los pelos de punta***. Y la puta madre que los parió****. Todos quieren plata. Tengo menos suerte yo.
-Hola. Voy a San Clemente, ¿me llevás?
-Mmh, puede ser.- me dijo mirando mi entrepierna y lamiéndose los labios.
-Está bien, dejá: me busco otro, gracias. Puto tramposo.- Si cuando tengo suerte, tengo suerte. Ya me quedan dos camiones.
-Hola. Voy a San Clemente, ¿me llevás?
-Voy a Santa Fé, pibe.- contestó sin mirar.
-Ah, gracias... de todas formas...- ya sin ganas ni quería mirar el último camión.
-Pará- me detuvo el hombre. Tenía una gorrita que decía en la frente “cuidado”. Me miró un segundo y no lo dudó:- Preguntá en la barra del bar por Juan Carlos. Hay uno de rulos ahí, ¿lo ves? ese lo conoce, preguntále si Juan Carlos anda por acá que se iba para Mar del Plata. Es copado el flaco.
-¿Juan Carlos se llama?- pregunté fingiendo entusiasmo.
-Sí. ¿Te gusta el porno? Si le llevás una revista el flaco te lleva seguro.
-Bueno, me fijo.- algo en su media sonrisa me hizo suponer que me estaba mintiendo. Será su gorrita.
-Bueno. ¿Tenés yerba?- intentó el de gorrita.
-No, me la robaron en una garita los "zorro gris" porque no tenía documentos.- mentí por tercera vez.
-Está bien.- dijo sin dejar de mirarme. Es obvio que no me creyó.
El último. Al fin. No importa si no viajo con este Juan Carlos, por lo menos el de gorrita me avisó que hay un Juan Carlos.
-Disculpáme, estoy buscando a Juan Carlos ¿sabés si anda por acá?- le dije al de rulos que comía una empanada de carne y tomaba un vasito de vino tinto. El aroma de esa empanada me recordó a Santiago del Estero y mi tía abuela.
-Es aquél de la punta, el que tiene la botella "Ocho Hermanos".- y señaló a un tipo de barba, de unos cuarenta años, algo desgarbado y a punto de perder el equilibrio por el whisky que bebía.
-Gracias. ¿Puedo usar el baño?
-Sí, al fondo. Fijáte que la luz se prende antes de entrar. Tirále unas monedas al ciego.- me dijo con la boca llena de empanada.
Cuando entré al baño cerré los ojos un instante y me sentí dentro de un tarro lleno de bosta. Apenas me oyó entrar el ciego (que había estado todo esa tarde a oscuras) me dijo que Dios me bendiga y movió un poquito la mano con un platito que tenía tres monedas de diez centavos y con la otra mano repicaba el bastón en el suelo.
-Disculpá, pero monedas no me quedaron, la próxima.- mentí por cuarta vez.
-Vos te limpiás el orto con papel, ¿no? Tiráme un papel en el plato.- susurró levantando la voz.
-Si no fueras ciego... no, no tengo papel...- mentí por quinta vez.
-¿¡Pero a quién amenazas con esos zapatitos de maricón!?
Tenía razón en cuanto a la amenaza... y también con lo de los zapatitos: ¡pero maricón!
Supuse que le diría lo mismo a todos los que no colaboran con él. Cuando salí pude oírlo, eran insultos duros, largos, elaborados. Fuera del baño, rompí la llave de la luz y miré mis zapatitos. Sospecho que los miré con otros ojos. Y pensé que algunos son ciegos de puro gusto nomás.
-¿Vos sos Juan Carlos?- le dije al de barba. Mi ansiedad era atolondrada. El estaba extraviado y su vaivén era pronunciado.- ¿Vos sos Juan Carlos, che?- insistí algo nervioso.
-Ah, sí. ¿Te debo algo? Arreglá con el Turco... el se acuerda donde guardo la plata.- y se acercó un ropero de dos metros. Si hubiera tenido que cobrarle la deuda al grandote, lo pensaría dos… mil veces antes.
-No, no. Me dijeron que vas a Mar del Plata ¿me tirás hasta San Clemente?
-Ah...- me miró- y a vos ¿que te pasó en la cara?- sonrió.
-Ese ciego de mierda y su bastón.- le dije mostrando la marca que ya estaba violeta según la cara de Juan Carlos- Decíme ¿me llevás o no hasta San Clemente del Tuyú?
-Eh, bajando el tonito... ¿sabés hacer mate?
-Sí, del mejor.
-Ah, bueno, y no te podés quedar dormido ¿está claro?
-Sí, seguro.
-... Bué... ¿querés un trago?- invitó pero no contesté porque tenía ganas de estar acomodado tomando unos mates.
-No, claro, ya casi no queda nada.
-Decíme una cosa, Juan Carlos, ¿vas a manejar así?- El miró al Turco grandote y sonrió. El tipo secaba una copa con una toalla sucia. De a poco se enderezó y me miró de arriba abajo.
-No. Decíme vos una cosita.- Levantó su dedo índice, me señaló primero la cara y después mis pies- ¿y vos vas a subir a mi camión con esos zapatitos?
-Pero qué tienen estos zapatitos- le pregunté al Turco grandote.
-Y… muy machos que digamos no son- y escupió una carcajada.
-Pará un poquito... pará un... poquitito, hermano... te parecés... te pa mi hermano... je, je, je.
-Uh, la puta madre- maldije a mi suerte.
-Sí, sí... te pudritento... me cagote lando.- Juan Carlos se reía y tambaleaba rumbo al camión. No me voy más, pensé.
-Pará que vamos... aguantáme que me echo una meadita... ¡Che, Turco! ¡Anotáme la botella... ocho...!
-Bueno, ¡pero si mañana no volvés, te mando a buscar, eh! ¡´te hagás el piola!
-Qué te hacés el malo, Turco.- reía Juan Carlos- Pibe, aguantá, aguantá, eh. Quedáte ahí... ¡pero quedáte, eh, no te movás!
-Sí, si, andá.-“Si me quedo un rato más y lo despierto al gordo del primer camión me puedo ir, ya pasó media hora. Una hora y media más se pasa volando. Pero salgo enseguida con este Juan Carlos ¡Borracho de mierda! Podría esperar, total ¿qué apuro hay?”, pensaba.
-¡¡Pibe!! ¡Pibe! ¿Vamos? Turco, mañana a la noche paso ¿cuánto te debo?- salió Juan Carlos como un tromba. Estaba como nuevo y con una energía renovada.
-Y... dejáme ver... son cincuenta y seis pesos, Juanca...- gritó el Turco grandote.
-Mmh... no me cagues Turco, mirá que soy borracho pero no boludo.- Juan Carlos se acercó al Turco grandote aunque enseguida se alejó para esquivar un puñetazo que lanzó el Turco.- Bueno, mañana paso, que vuelvo ¡Pibe! ¿Vamos o no? ¡Dale, nene!
-Es el rojo aquél, ah, escucháme, traéme una yerba- ahora se interrumpía mirando mi mentón- la barbita que tenés me hizo acordar de un chiste... ¡pedíle al Turco!- ordenó y empezó a cantar- ¡Barrio, Barrio, perdoná si al evocarte...se me... se me pianta un lagrimón!-¿Y, pibe?- me miró sorprendido porque no le obedecía mientras sacaba de mi mochila un paquete de medio kilo de Unión.
-¿Cómo te gusta... dulce o amargo?
-¡Esa, nene! ¡Amargo, amargo! ¡Para dulce estoy yo!- gritó Juan Carlos.
* Dícese de los travestis. Despectivamente, claro.
** Borracho.
*** Enojado.
**** Eh...