Una situación complicada

Estaban sentados uno frente al otro. El ascensor parado hacía media hora los obligó a perder ciertos pudores. Era un día de calor, de mucho calor. Sus ojos lloraban y no de tristeza, les transpiraban hasta los párpados.
Una pareja hermosa que cualquiera con un corazón noble trataría de unir. Media hora es tiempo suficiente para conocerse aunque más no sea por las mentirillas que uno usa con un hermoso ejemplar del sexo opuesto. Ya no tenían de que hablar. Se escuchaba, cada tanto, un ruidito de herramientas que los interrumpía, pero ahora ese sonido era lo único allí. Pequeñas discusiones entre quienes definen la estrategia del rescate.
"Angela y Maximiliano", dijo M. suavemente.
"A. y M.", repitió A. Ambos se miraron y sonrieron. Algo los unía más allá de sus desgracias y logros. Más allá de trabajar para mantenerse al día con las cuentas y pagarse pequeños lujos y caprichos. Mas allá de estar encerrados.
"Mis amigas me critican todo el tiempo. Dicen que los hombres que encuentro solo saben lastimarme... lo único que saben hacer." Pensaba A. en voz alta.
"Sacados de contexto, los amigos son las personas más sabias a nuestro alrededor", le contestó M. mirando el suelo. Luego de una pequeña pausa de telepatía, sonrieron sin mirarse.
"Estoy cansado, piba". No se me ocurre más que hacer acá dentro, pensaba M.
"¿Por qué no nos paramos, mejor?", sugirió A.
Se miraron extrañados.
"¿Por qué no?", dijo M. mientras se le escapaba una risotada.
"¿Te gusta bailar? A mí me encanta. Hago cualquier cosa con tal de bailar."
Mientras A. hablaba, M. miraba una luz roja que comenzaba a titilar en el tablero. Comenzó un pequeño zumbido y sin más preámbulo, se quedaron sin luz.
"Tengo... miedo..." susurró A.
"Estamos solos, no hay nada que... "
El ascensor comenzó a moverse. Ni para arriba ni para abajo; hacia los costados. El ascensor se sacudía y los crujidos eran cada vez más ensordecedores. Una voz desde afuera gritaba cosas que ninguno de los dos entendía.
"¿Qué dice? ¿¡Qué dice!?" atinó a preguntar A. casi al borde del llanto. M. no pudo responder porque ya estaba llorando petrificado hacia un rincón, muy cerca de la luz roja que titilaba aumentando ese temor que lo inmovilizaba. El ascensor crujía como un demonio enjaulado. El griterío afuera aumentaba. Se podían escuchar varias voces, mientras más gritaban, más ruido hacía el ascensor. Ahora era una sacudida parecida a un terremoto.
"¡Estamos cayendo! ¡¡Hey, Hey!! ¡¡Ayuda!!" gritaba A. hacia el techo casi desesperada.
M. sentía caer las lágrimas por sus mejillas, el miedo le cerraba el pecho y endurecía sus piernas. Se quedaba sin aire y sus oídos comenzaban a presionar su cabeza. Hubo un gran chispazo en el techo del ascensor que iluminó por una milésima de segundo el habitáculo de metro y medio por metro y medio. La cara de horror que A. pudo ver en M. la inmovilizó un instante. En ese instante, se pudo escuchar una voz que se alejaba desde arriba... "¡Por Dios... se caen, se caen! ¡¡Alguien que haga algo!!" Se oyó un gemido de angustia mientras A. se abalanzaba contra el pecho de M. con una lágrima corriéndole el rimel. Apoyó su frente contra el corazón vivo y galopante de M. que temblaba y temblaba. Hubo un segundo de total silencio... "La calma... la calma..." suplicaba A. justo al tiempo que alguien sobre el techo del ascensor sopló sus vidas.
Suspiro de vida... exhalación pesada... y al fin... la explosión que repercutió ocho cuadras a la redonda del edificio…