Malo

Pero nadie es absolutamente malo para sí mismo,
aunque lo sea para los demás.
Todos tenemos una justificación
que no será admitida por los otros,
excepto aquellos predispuestos;
que son los que nos aman

Antonio Di Benedetto

I – momento cinco

-Estoy embarazada, Raúl.
-Me llamo Augusto, pelotuda. ¿Cómo que estás embarazada?- dijo con bronca entre dientes.
-Me dijiste que te llamabas Raúl.
-Sí. Pero te mentí para poder cogerte. Eso lo sabías- dijo como al pasar- ¿Eso lo sabías, no?
-Sí. Me hice el test- dije sin mirarlo porque no podía. Muy dentro mío también estaba decepcionada – Dos rayitas... ¿no es lindo?- probé decir.
-No, no es lindo- dijo y luego hizo una pausa. Ya sabía qué diría y lo miré con mucha bronca. Tanta bronca que le hubiera golpeado la cara por faltarme el respeto de esa manera. Tanta bronca que me hubiera ido y no le hubiera dirigido nunca más la palabra.
-¿Estás segura de que es mío?- musitó.
-Sí, Augusto, sí...- y no pude evitar mis lágrimas.
Augusto, de llamarse así, era mi novio hacía dos meses. Tuvimos relaciones la primera vez que nos vimos. Los dos estábamos borrachos y a la fuerza me llevó a un telo por la calle Viamonte. Esos hoteles que piden a gritos una mano de pintura. Algo frío. Inevitablemente estúpido. Pero no me negué demasiado. Estaba lindo aquella noche. Y habíamos tomado mucho alcohol.
-¿Lo vas a tener?- preguntó y cuando vio mi cara prendió un Gold Leaf. Mi mamá tenía razón.
-Tengo 18 años, Augusto. Estoy embarazada y quiero que me digas sí o no. Nada más. Quiero que sepas que lo quiero tener cueste lo que cueste.
-Mariana, vos sabías que yo estoy de novio. Sabías que no podíamos joder. Sabías que tengo menos plata que un piquetero.
-Piquetero... siempre decís lo mismo. Hay gente honesta que es piquetera, ¿sabías?
-Honesta, honesta... son unos vagos.
-No digas eso- dije pero no pude hablar más porque tenía algo atragantado y no tenía ni fuerzas para hablar. Augusto apagó el cigarrillo por la mitad y me tomó del brazo. Me miró fijo pero sin expresión. Sin ganas. Sin pasión. Me di cuenta enseguida.
-Quiero que te lo saques. No podés tener un hijo mío porque no puedo hacerme cargo. Y no quiero saber que hay un chico por ahí dando vueltas y saber que es mío. Quiero que te lo saques- quise soltarlo pero no me dejaba, tenía mucha más fuerza que yo. Pude ver los músculos de su antebrazo tensados cuando hice fuerza.
-¿Adónde vas? Vení para acá. De acá no te movés hasta que te quede claro una sola cosa: vos ese pibe no lo vas a tener- se acercó a mi oído y estremeció hasta mis dientes- No lo vas a tener.

II – momento cuatro

-Voy al baño – dijo el gordo Jorge.
-Yo me voy a dar un saque al baño – dijo Alberto y ser rió con una carcajada lasciva. Me dejaron con la cerveza negra sobre la mesa. En un rato viene Mariana y se arma la gorda. Pero de repente apareció Camila, la enfermera del Argerich, con su amiga la Carla. Camila tiene unos pechos enormes y, la remera, un escote que mata. La Carla vestía un pantalón de esos que usan los que bailan Capoeira y una remerita blanca muy suave. ¿Qué podía decirles? Estaban gloriosas. Unas bombas. Las invité a Camila, la enfermera y su amiga la Carla con una cerveza negra.
-¿Probaste la Salta?- le dije a Camila quien me miró raro- La Cerveza, digo.- Tenía ganas de morderle la boca ahí mismo pero no daba ni un poco. A la enfermera le tengo ganas hace mucho tiempo pero no me animo con la Carla que hoy está linda. Los muchachos están en el baño y la birra; frapé, frapé.
-¿Qué hacés, Augusto? No te reconocí. ¿Cómo te va?- dijo Camila y me levanté para saludarla. La amiga me miraba pero estaba inmóvil así que le acerqué el vaso de uno de los muchachos.
-Gracias- dijo la Carla.
-Andan diciendo por ahí que estás de novio, Augusto- dijo la muy hija de puta. Me cortó el chorro con la Carla al toque. Esta pelotuda se me frunció ahí nomás y por ese comentario de mierda ya me veía remándola toda la noche con la Carla.
-No, no es para tanto. De novio, de novio... ¿quién puede estar de novio con tantas chicas lindas dando vueltas?- dije mientras miraba a la Carla y le acomodaba una silla.
-Y los muchachos... ¿o estás solo?- preguntó la enfermera.
-Jorge fue al baño mientras Alberto se da un saque de merca.
-¿Cuántas tiene?- preguntó la Carla enroscándose a mis brazos. “Tan fácil se dio vuelta la tortilla”, pensé.
-¿Querés, merca?- le murmuré al oído - Yo tengo. Pero tomemos algo primero… mejor- contesté.
-Bueno- dijo la Carla tomando el vaso más lleno y acercándose un poquito. Me rozaba la pierna. Podía sentir la temperatura de su cuerpo cosa que me ponía con el muñeco saludando como Miss Tucumán.
-Bueno, bueno, que acá soy más amiga yo que vos- dijo la enfermera del escote zarandeando sus pechos. Se sentó al lado mío y me agarró la rodilla. La Carla vio toda la secuencia y quiso alejarse pero yo piola, rápido y sin dudar “las cosas hay que hacerlas rápido y sin dudar, Agostito; rápidas y sin dudar, entendés” me decía Jorge siempre; le agarré la rodilla a la Carla y le murmuré “tranqui, vos tranqui, bombón; que la mejor te la guardo a vos”.
-¿Quién es la afortunada, Augusto?- preguntó la enfermera acariciándome la barba.
-No se toca si no se compra, Camilita – contesté con los ojos en los labios de la Carla.
-¿Y quién te dijo que no voy a comprar? ¿Cómo la ves, Carly? ¿Un machote, no?
-Sí, eso parece- dijo la del pantalón de Capoeira - ¿qué tenés por acá? A ver...- y me acarició el muslo. “A ver si puede ser más fácil” pensé. “No te apures, Agostito. Esa es otra... si te cebás las minas se van de mambo. Vos tranqui, como dominando la situación, entendés”
-Se llama Mariana Bartolé. Vive a la vuelta de casa. Pero es una pendeja que me ponía en bolas con los ojos. ¿Qué querés? Alguien tenía que hacer algo, ¿no? No va ser cosa que después anden diciendo por ahí… Ahora viene para acá. La llamé para que venga que le tengo que decir algo importante...
-No, no. Una desilusión- interrumpió la Carla ya con el muñeco en su mano- ¿no querés que vamos?
-Vamos- dije sin dudar.- Pero te llevo a un lugar especial.
-No, no, acá nomás – dijo tierna la Carla.
-Pero este bar es una mierda. Vamos acá a la vuelta que está la placita. Más tranquilo- le dije y la besé. Tenía unos labios suavecitos. Los dientes medios torcidos me ponían al palo.
-Dale, mogólico. ¿No ves que la chica está desesperada?- acotó la enfermera tetona- Ah, mirá, ahí viene Jorgito.
Jorgito, Jorgito. Qué muchacho este. Grandote, medio gordo. Lo que pasa que jugó al rugby toda la secundaria. De pilar. Y ahora está hecho un mostro. Enorme. Trabaja en un boliche bien rasca, de patovica. Ahí por Isidro Casanova. Heavy, pero son 200 mangos cada noche. Un golazo. Entre lo que ganaba él, Alberto y yo, nos enroscamos toda la noche con 60 mangos de la buena y quedábamos durísimos por un par de días. Alberto era su mejor amigo. El gordo nunca había probado cocaína. “Papá, eso es para giles, entendés”, decía el gordo. “Yo quiero chicas, chicas y más chicas. Dicen que la merca arruina la verga y no quiero ni probar si es verdad, entendés. Después andan diciendo por ahí...” Pero cuando probó no quiso largar más. Era insaciable. Tenía un nazo de chancho. Con el lomo que tenía “es la grasa corporal, entendés” decía que necesitaba más que cualquiera para ponerse duro. Alberto igual. Mientras hubiera platita, nosotros nos enroscábamos. Y cuando le pedía el auto al viejo, nos íbamos hasta la costanera de San Isidro y nos dábamos unos saques al borde de la playita. Buenísimo. Era ver el amanecer y ponerse duro. ¡Na masa!
-¡Hola, enfermerita... dale un abrazo a papá!- gritó el gordo sorprendido y se abrojó a Camila. Mucho no pude ver porque la Carla estaba a full con mi muñeco y me besaba como si fuera la última vez. Estaba sorprendido porque así de una “así de una nunca se da, pero cuando se da, aprovechála. De toque la llevás a un telo, entendés” aconsejaba Jorgito en la playa de San Isidro.
-¡Estos están abrochados como perros!- gritó el gordo- ¡cuando te vea Albertito se va a alegrar, enfermerita, pará que te vea nomás y se pone duro!- dijo y justo lo vi cuando le pellizcaba el culo.
-¿Más duro?- preguntó la enfermera.
-Mirá quién está duro también- contestó el gordo gritando carcajadas en mi dirección. Se sentaron al lado mío y podía sentir cómo el gordo le acariciaba el culo con fuerza a la enfermera a quien debía olvidar para comerme a la Carla.
-Pará un poquito, Jorgito, que no me vas a dejar nada para esta noche- murmuró la enfermera casi en su oído.
-Vamos, dale- me imploró la Carla. Pero no quería irme. Tenía que esperar a Mariana para decirle que ya fue, cagarme de risa con Albertito que estaba encendido como nunca y ver si era verdad lo que decían del gordo que tiene una longaniza entre las piernas, un matafuegos, un sifón, una manguera, un bebé, un mini dinosaurio, un cactus santiagueño, trompa de elefante, un velón, un Zárate – Brazo Largo de espermatozoides.
-Mirá, Carlita, vos acariciáme un ratito. Así entro en calor. Y me pongo a pensar. Si me pongo a pensar con unos buenos masajes me podés convencer. ¿No te parece?- le dije a los hermosos pechos que tenía. Me miró un instante con los ojos como acabados y me dijo que no, que no, que no. Camilita ni se dio cuenta pero Carla estaba enojada conmigo. Me soltó el muñeco y dijo que mejor nos vamos.
-¿Se van chicas?- le gritó el gordo a la Carla
-No, ¿adónde me querés llevar, gordín?- dijo Camila. Al toque, Carla estaba parada frente a la mesa. Camila se sorprendió y musitando una palabrota, saludó al gordo con un beso en la boca sin lengua y me sacudió las tetas a mí como despedida. Su rostro era otro. Tenía su verdadera cara. La cara que tiene una joven mujer que trabaja de enfermera en un Geriátrico y a quién se la cogen dos enfermeros por noche. Una enfermera que ve todas las tardes cómo un hijo putea a los cuatro vientos en el baño del Hospital porque una abuela no se muere. Una enfermera que ve como algunos de los distintos dueños que tiene el Geriátrico se guardan los remedios más caros para revenderlos a otros Geriátricos y así ganar una diferencia. Un Geriátrico, una cara. Esa cara puso Camila y se fue.
-Qué le dijiste, boludo- me preguntó Jorge.
-Nada, quería que me haga una paja enfrente de ustedes.
-¡Pero vos estás loco!
-Puede ser gordo, ¿pero sabés qué lindo si me decía que sí? Igual ahora viene Mariana y la tengo que cortar porque se puso pesada. Está muy de novia y no la quiero ni ver así. No me siento cómodo.
-¿Con qué no te sentís cómodo, vos? Ya estás mariconeando como siempre, seguro- dijo Alberto que llegaba y se acomodaba en la silla que había dejado la Carla- Che, decíme si no es verdad: acá huele a concha- y parecía un sabueso.
El gordo lo miró con su cara de hasta acá llegaste no interrumpas y me miró:
-Pero es una buena piba, tenés que quedarte quieto de una vez. Sos un loco. Con cualquier cosa te encamás. ¡Te vas a agarrar el bicho!
Fue decir la palabra “bicho” para que nos quedáramos mudos. Alberto dejó de husmear y se puso serio sin levantar la vista. Una sola palabra y todo lo que eso implicaba nos dejaba mudos. Alberto tenía el vaso frente a su barbilla y me miraba con pena, de reojo. Me miraba sin tiempo. Como quien usa su rostro para dejarla de recuerdo a aquél que observa. Jorge no entendía muy bien el silencio.
-Me voy a buscar a la Carla- me excusé y salí.
-Yo me quedo con Albertito y si agarrás a esas dos, traélas que yo invito.- me gritó.
Caminé durante una hora sin buscar a nadie. Fumé mi último cigarrillo y me senté en la plaza. Pensaba en la mala suerte que tengo a veces. Fui al kiosco y vi con horror que la chica que me vendió el paquete de Gold Leaf tenía una mancha en la frente que parecía un lunar rojo. Era un asco. Voy a quedar un asco, pensé. Mejor vuelvo al bar.
Alberto y Jorge ya no estaban. Había más gente que hacía más ruido. Al fondo, con una sonrisa falsa y una cerveza negra, estaba Mariana esperándome.
-Hola, Raulín, bebé.
-Hola, Mariana.
-Me dijeron los chicos que mañana te llamaban. ¿Qué carucha? ¿Cómo andás, mi amor? Dame un besote.
-Tengo que decirte algo, Mariana.

III – momento tres

Debería ver a los “muchachos”. Con ellos puedo despegarme mínimamente de esta realidad que me agobia. Puedo establecer un contacto con algo más mundano. Cada vez soporto menos esta habitación. Encierra mis ideas en lugar de potenciarlas. Aparta de mí todo criterio respetable. Respetable aunque sea por mí. Tengo millones de anotaciones. Pero de nada sirven. Tengo que volver a ser yo. Aquél niño que disfrutaba de un simple helado de dulce de leche y frutilla y crema del cielo. Mis sueños atroces me descubren por la madrugada entre gemidos que ya no entiendo. Las pastillas han perdido toda génesis. Comienzo cuando los demás terminan y eso altera mi concepción. Altera mi comprensión. Actúo en consecuencia al caos en el que me encuentro inmerso. He optado por la cocaína y no ha sido un buena elección. Perdí todo hilo. Acabo sin esperanza.
Es verdad que con los muchachos involuciono. Lejos estoy de oír sus súplicas “Augusto esto, Augusto lo otro”. Pero puedo dominarlos para que me diviertan. Puedo encontrar la nada de ellos pero buscando la nada. Puedo ir en busca de algo que no existe. ¿Puedo? Al menos me hace venerable ir en busca de algo con semejante beneficio. Y que lo transmitan ellos que nada saben y de nada aprenden, transformaría los cánones establecidos. Modifica parámetros. Eso busco. ¿Eso busco? ¿Para qué? Esa pregunta paternal. Todo lo que hago debe ser con un fin. Siempre. No hay que obrar en vano. Solo Dios aprecia estos vanos esfuerzos. Me cago en Dios. Augusto Moraleja deberían llamarme. Aquél que aprende del fariseo. Aquél que marca su terreno hasta donde nadie se atreve. Aquél que vacila entre escupir o vomitar a Jesús, por citar un ejemplo. Estoy para mucho más de lo que esta vida de topo tiene para mí. Estoy para mucho más. Y hoy comienzo con el cambio. El cambio viene a modificar la reflexión que me tiene harto. La reflexión que aquí ha moldeado países, ha sorteado Universidades. Debo descansar de esto. Debo beber. Debo modificar esta mínima estructura mía. Esto que me aplasta. Hoy será.
-¿Jorge? ¿Estás con Alberto? ¿Por qué no lo llamás? ¿Tenés un par de líneas? ¿A qué hora nos vemos? ¿El Negril, otra vez? ¿Va Laura? ¿Conocés a la morocha que siempre se toma una jarra de sangría en la barra y es hermosa? ¿Sabés lo que es la hermosura? ¿A qué hora, entonces? ¿Seguro? ¿Van las pibas? ¿Tan regaladas, che? ¿De verdad?
Ahí te veo.

IV – momento dos

-Hola, ¿Alberto, sos vos?
-Sí, ¿quién habla?
-Yo, boludo, Augusto- dijo llorando.
-Eh, ¿qué te pasa, maricón?
-Tengo un problema grave, Alberto. Tengo un problema gravísimo. Estoy muy mal, Alberto, ayudáme.
-Sí, sí, tranquilo, bajá un cambio, chabón. Pará un cachito, no te vayas, eh, no me cortes.- Estaba en el living y colgué para pasar a la pieza de mamá.
-¡Má! Voy a hablar a tu pieza. ¡No molestes ni entres que tengo que hablar con Augusto!
-Ah, es Augusto. Bueno, mandále un besito. Decíle que a ver cuándo viene a comer unos fideos un domingo de éstos.
-Sí, sí, vos no entres a la pieza.
-¿Vas a estar mucho tiempo?- preguntó para saber de qué hablaría.
-¡Qué te importa! Si te molesta me voy al locutorio, hincha pelotas.- grité antes de cerrar la puerta de la pieza.- ¿Augusto?, ¿estás ahí?- pude oír su gemido ahogado- decíme, a ver: ¿qué te pasa?
-Me parece que tengo VIH, Alberto.
Uno puede oír muchas mentiras. Uno puede suponer que hay bromas pesadas y tampoco puedo negar que conozco las de humor negro. Sin embargo, algo me cerró la boca cuando dijo VIH. Hay jodas que no se hacen. Porque por un lado no sabía bien de qué se trataba todo esto. Nadie nunca me dijo nada. Nadie que conozco está enfermo o me lo dijo. No sé que se hace en estos casos. Apenas me acuerdo de usar forros cuando ligo de vez en cuando con alguna princesa. Las únicas drogas que tomo son cocaína y porro. Eso no contagia, hasta donde yo sé. Además no podía saber desde cuándo está enfermo para saber si me pudo haber contagiado… y de qué forma.
-¿Desde cuándo sabés eso, Augusto? ¿Me estás jodiendo?- grité.
-No, tarado, ¿cómo te voy a estar jodiendo con algo así? No sé qué hacer.- musitó débil.4
-Pará, pará. ¿Vos te hiciste un análisis o algo así? ¿Tenías dudas o qué?- pregunté al borde de la histeria porque tampoco me contestaba cuánto hacía que tenía la enfermedad.
-Sí, fui a donar sangre para un amigo que está en coma…
-Pero sos un tarado vos, no hay que donar sangre, ¿no ves lo que te pasa si no?- dije.
-Y yo qué sabía, Alberto, yo qué sabía.- empezó a llorar y repetir la misma frase, como si no me oyera.
-¿Dónde estás? Augusto, ¿estás en tu casa?
-… me quiero morir, me quiero morir, me quiero morir.
-No seas tremendo, ¿querés? Escuchá; el gordo Jorge me está esperando en su casa. ¿Por qué no venís y nos contás todo ahí?
-¡No! El gordo no tiene que enterarse, nadie tiene que enterarse, Alberto. Si te digo a vos es porque… porque… no sé para qué te llamé… no te preocupes, ya me voy a arreglar solo…
Quise decirle que no se preocupara. Que no diría nada. Que estaría seguro de que yo no hablaría pero colgó. Me dejó hablando solo.
-¿Qué pasa ahí adentro, Albertito? ¿Qué le pasó a Augusto? ¿Está bien?
-¡Te dije que no molestes, má! ¿¡Por qué no me dejás solo un minuto!?
Marqué el número de Augusto y no atendía nadie. Saqué toda la plata que tenía en mi pieza y me fui para lo del gordo. Le había dicho que iría a lo del gordo y si no es boludo llamaría para que nos veamos. Hoy es día de bar. ¡Qué bronca! ¡Pobre Augusto! Y ahora ¿qué hago?

V – momento uno

Mariana,
desde que te vi me gustaste y por eso te invité a salir. Desde que te vi estoy esperando que me hables solo a mí. Desde aquél momento en que nos tomamos hasta el agua de los floreros que siento algo especial por vos. No te voy a mentir, conocí muchas mujeres. Pero con vos es distinto. Tengo ganas de levantarme a la mañana, tengo ganas de trabajar, tengo ganas de leer, tengo ganas de aprender cosas y todo gracias a vos. Porque cada cosa que siento, que aprendo, que es nuevo, te las quiero decir, porque sos lo más importante hoy para mí. Sos por quién respiro y no exagero. Tengo planes, muchos, para los dos, para que estemos juntos mucho tiempo. Porque también para mí fue la primera vez que estoy con una chica la primera noche. Porque también para mí es nuevo. Porque sos tierna. Sos dulce. Sos divertida. Sos un sol. Me gusta olerte, oírte, acariciarte… y lo que más me gusta es que me doy cuenta de que a vos también te gusto. Y eso me hace más fuerte, más grande, me enorgullece que estés conmigo. Te quiero con toda mi piel. Sos algo indescriptible, Mariana.
Raúl,
leí tu nota en mi cuaderno. Y quiero que sepas que me siento exactamente igual. No quiero que pienses que soy una tirada porque acepté irme a la cama con vos la primera noche. Con vos también me siento realmente bien. Hacía rato que alguien no me decía tantas cosas lindas y me encanta que vengan de vos. También me gustás. Desde el primer beso que siento un cosquilleo especial. Me gustaría pasar más tiempo con vos. Ya sé que trabajás y que tenés poco tiempo libre, pero quiero estar cerca, alrededor, merodeando. Te quiero abrazar fuerte, besar fuerte, sin dejarte respirar. Tenés algo que me enciende y no sé que es. Pero me encanta no saber. Ahora mismo quiero verte. ¿Adónde estás, Raúl? Hacéme una seña, Raúl. Queréme como te quiero yo, Raúl. Queréme y nunca me abandones porque yo voy a estar con vos mucho pero mucho pero mucho pero mucho pero mucho pero mucho pero mucho pero mucho