Cae una gota tras otra. Mi rostro se moja y espero que la impaciencia me invada. Recorro una y otra vez las acciones, los movimientos y acuerdo una tregua. El techo se suma a la imagen del infierno o lo que creo que es la vida tortuosa de un ángel castigado. Se acerca la ira a mi cuerpo y decido esperar el momento justo de ebullición. Mis más profundos dolores florecen y se anidan en la boca de mi estómago. Es la noche eterna que siempre esperé para este momento. Pienso en los arbustos, "la escondida", la inocencia cómoda, el inmundo camino de barro, las velas verdes de esperanza y un dogo agonizante al pie de una escalera... hasta que decido que es la hora.
Sueño que me acerco a una puerta. Observo la madera rasgada. Mi sombrero se calla de lluvia al resguardo de un árbol generoso. El constante rugir de las nubes acaricia mi ansiedad y me dispongo a quitarme los lentes. Un mosquito se posa sobre mi mano y espero inmóvil que me dé mi merecido. Una voz interior irrumpe nuestra conversación y el mosquito huye hacia el horizonte. Acaricio un palo que me estaba esperando a la derecha de la puerta y noto mis botas relucientes... un hombre obseso, un hombre inquieto, un hombre cuidadoso pero quebradizo...
Se vuelven a oír voces y levanto la vista. Adentro están mi hija y mi perro quemándose en la cocina. Saco de mi bolsillo una máscara. Del otro bolsillo una caja de fósforos pide atención. Con el palo en la mano pienso, como cuando como, en lo fresco de una pastilla de menta para el espacio de tiempo más preocupante.
Ya sin vacilaciones decido avanzar para convertir el dolor en alivio. Golpeo la puerta y al hacer sonar la madera húmeda me veo el anillo dorado en el dedo que me regala un relámpago de luz... un relámpago de luz... un relámpago de luz... un relámpago de luz... un relámpago de luz...
Se despierta y sacude su cabeza imperceptiblemente. La lógica lo abandona y se descubre desnudo. Las moscas merodean y un rasgado lo mira sin demasiada culpa. Usa una bincha negra y tiene el torso desnudo. El olor putrefacto lo despertó y el rasgado se incorpora para mirarlo a los ojos. Aplastado, de voluntad flaca, atado por manos y pies se da cuenta que la arena quema su espalda. El sol debajo de sus mejillas y la piedra en la que apoya su cabeza rescatan la lógica de su mente y lo ayudan a comprender. El rasgado está de rodillas al lado suyo. Acerca su rostro de bincha y limpia el sudor de su frente. Hace calor. El rasgado huele a frutas pero estando atado a cuatro estacas no puede discernir entre un pato y un búho. Algo mastica... con sabor a menta. El rasgado dice unas palabras. No se entienden. Se ríe ruidosamente, se levanta y aparece con una gran cuchilla. Resplandece en las manos del rasgado y él piensa en “rojo”, piensa en “me vas a matar”, piensa en “no demores más”, piensa “fuego”, piensa “sombreros de colores fucsia y amarillos”. Pasea la mirada ya despierta hasta que el filo de la cuchilla lo amenaza y se introduce lentamente por su garganta. El aire se corta y levanta su cabeza. Algo cae del cielo y parece una gota. Una gota enorme golpea su frente. Se vuelve a estirar del dolor y esta vez la gota entra en su boca... pero no la siente. Agua tibia inunda su pecho y el rasgado aparece a sus ojos nuevamente para sonreír conforme. El rasgado seca la cuchilla con dos dedos y lo ve morir. Se sienta al lado del atado y espera. El calor lo agobia pero soportará hasta el límite. El tiempo se muere en algún lado sin modificación en el espacio. Solo se puede oír al rasgado masticar y unas moscas visitando rincones flacos de movimiento.
(Ya no caen más gotas)
Sueño que me acerco a una puerta. Observo la madera rasgada. Mi sombrero se calla de lluvia al resguardo de un árbol generoso. El constante rugir de las nubes acaricia mi ansiedad y me dispongo a quitarme los lentes. Un mosquito se posa sobre mi mano y espero inmóvil que me dé mi merecido. Una voz interior irrumpe nuestra conversación y el mosquito huye hacia el horizonte. Acaricio un palo que me estaba esperando a la derecha de la puerta y noto mis botas relucientes... un hombre obseso, un hombre inquieto, un hombre cuidadoso pero quebradizo...
Se vuelven a oír voces y levanto la vista. Adentro están mi hija y mi perro quemándose en la cocina. Saco de mi bolsillo una máscara. Del otro bolsillo una caja de fósforos pide atención. Con el palo en la mano pienso, como cuando como, en lo fresco de una pastilla de menta para el espacio de tiempo más preocupante.
Ya sin vacilaciones decido avanzar para convertir el dolor en alivio. Golpeo la puerta y al hacer sonar la madera húmeda me veo el anillo dorado en el dedo que me regala un relámpago de luz... un relámpago de luz... un relámpago de luz... un relámpago de luz... un relámpago de luz...
Se despierta y sacude su cabeza imperceptiblemente. La lógica lo abandona y se descubre desnudo. Las moscas merodean y un rasgado lo mira sin demasiada culpa. Usa una bincha negra y tiene el torso desnudo. El olor putrefacto lo despertó y el rasgado se incorpora para mirarlo a los ojos. Aplastado, de voluntad flaca, atado por manos y pies se da cuenta que la arena quema su espalda. El sol debajo de sus mejillas y la piedra en la que apoya su cabeza rescatan la lógica de su mente y lo ayudan a comprender. El rasgado está de rodillas al lado suyo. Acerca su rostro de bincha y limpia el sudor de su frente. Hace calor. El rasgado huele a frutas pero estando atado a cuatro estacas no puede discernir entre un pato y un búho. Algo mastica... con sabor a menta. El rasgado dice unas palabras. No se entienden. Se ríe ruidosamente, se levanta y aparece con una gran cuchilla. Resplandece en las manos del rasgado y él piensa en “rojo”, piensa en “me vas a matar”, piensa en “no demores más”, piensa “fuego”, piensa “sombreros de colores fucsia y amarillos”. Pasea la mirada ya despierta hasta que el filo de la cuchilla lo amenaza y se introduce lentamente por su garganta. El aire se corta y levanta su cabeza. Algo cae del cielo y parece una gota. Una gota enorme golpea su frente. Se vuelve a estirar del dolor y esta vez la gota entra en su boca... pero no la siente. Agua tibia inunda su pecho y el rasgado aparece a sus ojos nuevamente para sonreír conforme. El rasgado seca la cuchilla con dos dedos y lo ve morir. Se sienta al lado del atado y espera. El calor lo agobia pero soportará hasta el límite. El tiempo se muere en algún lado sin modificación en el espacio. Solo se puede oír al rasgado masticar y unas moscas visitando rincones flacos de movimiento.
(Ya no caen más gotas)