Druid Inn

Lo que inquieta al hombre no son las cosas,
sino las opiniones acerca de las cosas.
Epicteto de Frigia


Entro y me siento en una mesa. Estoy solo. Oigo música celta. A mi alrededor hay caras contentas pero que vituperan sus propias virtudes. Niñas chillonas, colores de voz hermosos y horrendos, silencios transparentes… todos ganan mi prostituta atención.
A la barra hay un vikingo sentado. Tiene puesto un casco con cuernos. Me ve con sus ojos verdes fornidos y me sonríe… colmillos sugestivos. La pechera que lleva puesta es de metal con piel de zorro gris. Hoy es lo último que queda de octubre y hay que entrar disfrazado pero salvo los ojos verdes acolmillados, el resto esta muy formal.
La fetidez del vikingo que toma sin respirar me impresiona. He comido elefantes a la parrilla miles de veces pero él parado sobre la barra gritando: “I will conquer you, I will conquer you!!”… la gente, que me sirvan cerveza sin notar los pañales del vikingo… todo al mismo tiempo debe ser una señal. Can you believe it? Damn!
Aparecen más niñas y su hermosura me incomoda. El Druid Inn yace sobre la vereda entre cartoneros de dientes afilados y niños que ruegan hot dogs. Los parlantes regalan euforia y mi barriga se llena de maíz blanco y cerveza negra. El waiter, las meseras, mucho humo… tarareo… “mama would say”… tarareo.
Apoyo mi vaso en “the original quality” y sobre el bordó de la mesa aparece una pirámide. Inmutable, noto que es de arena. También noto las telarañas de Hallowen en las paredes, pequeños farolitos a media luz que ambientan misterio, mesas y sillas de madera bordó, mozos. Estimado lector/a, debo anunciar mi embriaguez pero mirando la arena en la mesa no puedo hacerlo.
Súbitamente comienzan a llover unas gotas de arena que caen justo en la cima de la pirámide. Contínua, desde el techo, la lluvia no cesa. La lengua de una Rotwailler lame mi entrepierna, el mozo la aparta y una niña se fascina, supongo, con la pirámide. Fuera de la Rotwailler que ahora se aleja, ni el mozo puede evitar despegar sus ojos del bordó. Su cuerpo camina hacia adelante, pero su rostro nunca se fue de mi asiento. Mis ísquiones van a la silla y mi atención a la arena que cae del techo.
Julio, el mozo, me sacude el hombro. Parezco endemoniado, oigo. Habla claro y ordena fácil, pero no puedo obedecer. Su aliento me gusta… me inspiro. “No queda mucha gente”, agrega. Sonrío irónicamente, o eso creo, justo cuando una de las niñas que esta frente a mi mesa me mira sugestivamente y descaradamente pasa su lengua sobre la mesa acercándose a la pirámide.
Si quisiera mentir, lo haría mejor; caro lector, por favor, no descrea.
El rubio de pañales vuelve a la carga esta vez diciéndole al mozo Julio: “I will conquer the world; I will conquer this fucking world and lead the people to the victory!!”. Julio comienza a usar el dialecto de los golpes, jabs en su mayoría y un revuelo invade el Druid Inn. Aparece alguien que dice ser el dueño del bar para calmar los ánimos pero solo consigue una hermosa rubia de ojos pardos que tiene serias intenciones de gozarlo. Todos bravuconean atentos a la pelea. La niña frente a mí, que se llama Sofía, no ha volteado al tumulto. En cambio observa cada granito de arena y, mientras pestañeo, sonríe. Juega con sus manos a milímetros de la pirámide, como si quisiera tocarla. Vuelan gritos, se revolean piñas, se alejan empujones, one thing after the other, one thing after the other… and I am sick of it y de las cavilaciones de mi cerebro.
Cae la última piedrita de arena. El tumulto nota el silencio y gira temerario hacia Sofía que tiene los ojos desencajados. Ya no se siente ni el oxígeno. Un cartonero estuvo a punto de entrar al bar y acaso se haya dado cuenta inmediatamente de la urgencia del caso pues contuvo la respiración.
Julio se apoyó con su codo en mi hombro. Sofía dejó caer unas lágrimas de sus ojos. Quise tocar la arena pero su mirada turbada no me lo permitió.
Tomé aire. Cerré los ojos. Abrí los ojos. Sofía empezó a desvanecerse. Cerré los ojos. Abrí los ojos. Sofía ya no estaba. Cerré los ojos. Abrí los ojos. El vikingo me estrechaba las manos, alegre. Cerré los ojos. Abrí los ojos. Julio me ofrecía un papel diminuto... ya era noviembre.
Miré sin ver o vi sin mirar hacia el fondo del bar. Tras el pasillo frente a la barra, podía ver un cartel… rojo… con letras blancas… en cursiva… bien grande; decía… ebrio.