Yo me llamo

La batalla recién comienza
y nosotros no tenemos nada,
absolutamente nada que perder.
Quien no conoce la maldad,
jamás conocerá la verdad.

Anónimo

Seis de la tarde. Soleado. Invierno. En la ventana del kiosquito espero que me den el alfajor y la gaseosa que pedí. La kiosquera es nueva. La kiosquera es alta. Tan alta como yo. Bueno, no. No soy tan alto. Pero es morocha, como yo. Tiene un lunar sobre el labio, del lado derecho. Tengo ganas de acercarme un poco para ver si es una mancha o si realmente es un lunar. Tengo dos billetes: uno de dos pesos y otro de diez. Si le doy el de dos, el cambio me lo da enseguida y me tengo que ir sin verle de cerca el lunar. No creo que sea un lunar, pero le queda lindo. Dice que todo me sale uno con cincuenta pero ayer, supongo que el dueño, me cobró uno con veinticinco... algo raro pasa. Algo quiere decir. Porque se está alterando el orden. Es una oportunidad que muy pocos ven. Le doy los diez pesos y me dice que si tengo más chico. Yo no entiendo qué dice porque estoy viendo su lunar. Es un lunar. Pero no es lindo. De cerca se ven los pelos que tiene el lunar y ya no me gusta tanto: ¿se podrá afeitar un lunar sin lastimarse? Cuando mi tía tenía lunar, recuerdo que como yo (digo que tenía porque ahora no vive más) tenía los dedos chiquititos, usaba una tijerita muy chiquitita que un peluquero amigo le había regalado, y yo le cortaba los pelitos del lunar: mi tía sí que tenía un lindo lunar. Le digo a la kiosquera que no tengo cambio aunque sí tengo. Tengo los dos pesos: no se los voy a dar. Que busque cambio, si total no hay tanta gente ni tanto trabajo. ¿Quién tiene tanta plata? O mejor dicho, ¿quién va a venir a comprar tantas cosas o quitarle el tiempo? Nadie. No debería estar apurada. Entonces que no ponga esa cara.
Cuando hace caritas me gusta. ¿Fumará o no fumará? Porque si fuma es otra historia. Le queda ese olor en la ropa... no me interesa si fuma. Me está llamando. Me dice que el billete es falso. La verdad que tiene linda voz y la expresión de sus ojos es interesante, parece enojada. Pero no es falso el billete: a ver, nena...
Sí. Sí, señor: es muy linda. Me dice que no me preocupe, que no es para tanto. Yo no contesto porque definitivamente es hermosa, bah; me convenció. Me convenció para un rato largo. Ella me aclara que no es personal, que su jefe le controla todos los billetes cuando le entrega la caja. Que quizás en otro kiosco tenga suerte. Me quiere consolar porque, dice, me ve mal. Yo siento que me pica el estómago. Las pupilas me arden y cuando quiero decir algo me trabo; es tan raro lo que me pasa... hasta me tiemblan los labios.
No es problema, le digo. Le muestro que me fijo si tengo un billete más chico. Cuando se lo entrego me dice gracias y sonríe. Cuando se da vuelta trato de decirle algo, pero no me animo. Miro el alfajor y la gaseosa, miro su espalda perfecta justo cuando voltea a verme.
Acá tenés, me dice.
Gracias, le contesto. ¿Tenés bombones?
Sí, ¿de cuál querés?, contesta alegre.
Del que te guste a vos. Me pongo colorado y la última palabra casi no se escucha. El estómago me molesta cada vez más y ella también se pone colorada.
¿No querés pasar?, me pregunta y me tiemblan las piernas. No me animo a contestarle. Es más, no le contesto, pero ella abre la puerta del kiosco.
¿Cómo te llamás? Mi nombre es Laura.
Yo me llamo Lucas.