Una pluma de color plateado

Agustina está sentada en la mesa de enfrente. Sobre la mesa hay un jarro y dos vasos que contienen agua los que acompañan su paquete de cigarrillos varias veces ultrajado. Un encendedor de metal; dorado, clásico y aburrido. Seis bollitos de papel metálico y una navaja suiza que habla guaraní. Tiene la mirada parca. Un costado del labio tiene una cicatriz de color violáceo y los ojos entrecerrados por el humo que sangra en sus pupilas. En su mano derecha aparece de a ratos un palillo. Es un palillo especial que masajea las arrugas de sus manos con un brillo que pestañea polvo. Las piernas levemente separadas me cachetean con erecciones de vestido floreado. Su rodilla derecha tambalea azarosamente por más de... de... de...
Pareciera que su rostro contagiara frigidez pues el humo se ha enamorado de sus mejillas y no se despega sin lamerlas.
Esta esperando a Carmen.
Carmen habla con un policía en una esquina donde las hojas de los árboles gestionan risas y caricias. Carmen no va a ir. Carmen va a esperar que el policía le indique cuál es la intersección en la que sus corazones se cruzan. Sí, es verdad; Carmen suele ser muy aburrida a veces. Pero se jacta de ser impulsiva y eso le hace bien. Carmen entiende de ropas y de fiestas. Estudia con encono lo que heredó de su abuela Mirta: la imagen de la mujer. Si bien el policía le aclaró de que de eso no iba a hablar, ella insiste encontrando formas cada vez más dobladas para encarar el tema. Carmen siente que esta noche no verá la tele y se acuerda de su amiga esperando en algún bar de la Av. Corrientes. A Carmen le gusta esta idea y se la comenta al Policía. Carmen conoce el tono de voz del agente Patricio Morales porque una vez conoció un Teniente de la Marina Mercante que le “acomodaba la estantería”. Carmen no dice “coger”; ella dice “me revisaron los cajones” o tal vez diga que le “revolvieron la sopa”. Una vez Carmen pensó que le estaban revolviendo el estómago aunque no siempre se dio así; pero cada tanto...
Agustina conoce a Carmen desde que la encontró a un lado del Obelisco en dos de las fotos que había presentado para un trabajo de investigación sobre los símbolos fálicos de los porteños. La demora la llevaba extrañamente a fruncir los labios y agitar su vestido. Sus párpados tapando la mitad de sus ojos animan a la frente a dejarse caer y esconderse entre el jarro y los vasos con agua. “Carmen debería esconderse unos días entre colchones meados o volquetes de mierda si no piensa aparecer”. Los ojos de Agustina hablan como un tenedor clavado en un glúteo y la rigidez de su vulva indica un camino aberrante de palillos y arrugas dentro de un frasco de formol con medio cráneo de un occiso de unos cuarenta a cincuenta años. Lo que queda por imaginar es una muerte lenta y muchas cicatrices que hagan de Carmen un plato de fideos.
Carmen piensa muy seguido en Agustina porque tiene un cuerpo muy lindo. Sabe que Agus camina muy bien con pollera y conoce cuando hay que usar suéter de lana y cuándo hay que usar campera. A Patricio Morales no le importa quién es Agustina, de eso sí se da cuenta Carmen. Pero mejor que piense así porque a Carmen le molesta que se metan demasiado en sus cosas. Prefiere escuchar consejos de chicos que se afeitan bien. Conoce de afeitadoras y sabe que si le comenta a Patricio Morales sobre las afeitadoras hablará un rato largo. Carmen se hace oír aunque hay días que no dice cosas importantes. Justo como el otro día. Estaban Carmen, Dolores (su mejor más amiga) y Agustina tomando mate en la pensión de Dolores. Agustina empezó a hablar. Dolores se fue al baño porque quería probarse dos o tres polleras y las camisas que Carmen le había llevado y Agustina habló. Dijo muchas cosas lindas que le estaban pasando en ese momento tan extraño y además dijo que Carmen tenía la culpa. Agustina dijo que Carmen era tan tierna para hablar y le gustaba tanto que arrastrara un poco las “R” que a veces tenía ganas de besarla. Carmen no pudo decir una palabra pero Agustina sí. Agustina sabía qué decirle a Carmen para que Carmen no lo tomara a mal. Aunque a Carmen no le gustó que la haya besado su amiga. Para besar a alguien hay que sentir. Y Agustina solo era su amiga. Patricio Morales besa a Carmen y le dice que la ama desde aquél día que una chica le mostró una foto de ella a un lado del Obelisco. Que agradece a Dios que esa chica se le haya acercado. Carmen no quiere hablar de Agustina porque no va a verla más. Dice que no hay que hablar de gente que no ve más.
Agustina esta por parir de la ira. Aunque no sabe dónde vive la bolsa de bosta, tomará venganza por el labio violáceo. Un insecto intenta pasear su panza por la mesa y Agustina lo parte en dos de un solo golpe con el palillo. Apoya la mano sobre la mesa, su rostro sobre la mano y observa bien el color del líquido que emana el bicho. Parece dormido. Moja un dedo en el líquido viscoso y lo acerca al labio. Se lo frota. Cierra los ojos para recordar a Carmen poniéndose una pollera en una habitación con dos sillas y una cortina azul marino. No es un recuerdo, es su deseo: despintarle los labios color fuego con el ombligo y agarrarla del pelo plástico, pasarle la lengua del mentón a la frente seis veces y desnudarla sobre la silla en un movimiento, lento de sexo, vasto de piel, húmedo y la cortina azul marino tiñéndolo todo.
Agustina se dobla sobre la sobre la mesa mientras Carmen se dobla sobre Patricio Morales en un gemido veraz mientras el insecto agoniza doblado viendo su otra parte con una pena glutinosa.
El mozo se acerca a la mesa de Agustina. Ella murmura con los ojos cerrados... “te voy a matar”... y el mozo se aleja.