Una carta dentro de una lágrima

Mi querida Elena:


Ante todo quiero que aclaremos una cosa: nuestra relación no es de lo más conveniente para ninguno de los dos. Si hay alguien que podríamos llamar "conveniente" para alguno de los dos, ese "alguien" no es ninguno de los dos. Tus arranques de pasión no son medidos y a veces la torpeza envuelve tus actos que intentan demostrar amor o algo que tiene que ver con el sentimiento que a mí me gusta. A veces tenés esos comentarios totalmente desvalidos de compromiso. A veces siento que tengo una carga constante en mis hombros porque siento una de las niñas que se queja de tus "locuras".

Tus dos hijas no me conocen. Son maravillosamente gentiles con su enemigo íntimo y disfrutan de lo más alegre de mí... pero no me respetan. No me quieren. No me interesa que así sea pues veo interminable su educación. Un elefante se balancea... y ellas mirándome como un idiota.

Siempre estoy errando en el sablazo y cada movimiento mío no te representa ningún tipo de entusiasmo. Mi juventud, que se precia de inocente, muchas veces peca de inconsistente y nula. Mis medidas de lo amoroso se resumen al encuentro de nuestros cuerpos y una sonrisa especialmente dedicada a tu rostro que, de todas formas, es algo tan poco sensual y sincero como un alfiler dentro del testículo de un gato: una rotura de pantalón en el casamiento de una monja con el boxeador de la provincia más pobre de Suecia... inaudito.
Inaudita. Nuestra relación me pica inaudita y acaso me rasque sin ganas. Me pica la ceja de solo pensar que tu enfermedad me contagia si no me cuido de tu sangre o tus líquidos viscerales cuando nuestra relación solo encuentra eco en una cama y sin ningún tipo de prevención que nos cubra.
Rencorosa. Ahora podés ver, cual espejo roto, que mis condolencias son caprichosas y perentorias de choque. Mi vida se te muestra como naranja podrida que emana un espantoso olor nauseabundo y por demás vomitivo.

¿Cómo puede ser que sigamos compartiendo el aire? Elena, realmente quisiera conocer tus inquietudes. Eso que te dura en el cerebro. Eso que aflige mi alma. Eso que no rebota en mi cesta, sino que rebota en una pared totalmente despareja, asqueada de alcores, caótica, presa de una forma anárquica casi deslumbrante; impredecible, impresentable. Rebote de sentimiento... ese rebote que se pierde y que veo con ojos sorprendidos cómo escapa a mi ser, a mi entorno, a mis maniatadas manos de compromisos... ¿cómo puede ser? Me pregunto: ¿COMO PUEDE SER?

Y tal vez me descubras un día, paseando en el mercado del pueblo, de la mano de una niña de ojos nuevos, con sandalias blancas impolutas de rebelión, un brazalete en mi mano y un anillo en el anular; y ese no seré yo. Yo seré aquél que dos pasos detrás, con el mismo rostro y más enano que la ignorancia, anota procesos, químicas, largos y anchos, calcula espacios, palabras y manipula sentimientos; que harapiento de polvos y trapos grasos de tiempo, piel curtida y rasposa como lengua de gato, hace de aquél del anillo un oblicuo ser humano. Un ser despreciable que hace de la frescura de sentimientos como los tuyos, un mar de lágrimas y espantosos movimientos de tragedia gastada o culebrón colombiano. Libre totalmente de arreglos, cruel hasta la vena (la más gruesa del pene) y asfixiante como pelo de chancho.
Elena: soy como arrancarse una uña en una tarde de perros o rociarse jugo de limón en la encía verde de moscas. No te convengo ni para atacar al enemigo y me acerco al colchón de un linyera, no por rebeldía, sino para robarle la caja de vino y escupirle lentamente en la boca lo poco de decencia que me queda. Esto es lo que soy y aún no comprendo de donde apareció tu "yo" o de donde son aquellas niñas que te adoran.
Me urge doler. Dolerme y dolerte. Pero no me importa si querés estar contenta o lagrimeando sal. Sólo quiero seguir perjudicando este mundo que tanto me provoca. Quiero ser el causante de todo el arrojo que es necesario para aplastar un tanque de "aliados", ¡entendés!
O cachetear a todo aquél que me observe... y sonreír desde el mentón, con la cabeza ligeramente inclinada para decirle:

"¿En qué lo puedo servir?"

Eso es, sin más, mi querida Elena, lo que entiendo por amor: lastimar hasta ser lastimado sin por eso pedir un manual de instrucciones.

PD: Me ha llegado un ejemplar de rosas desde Córdoba, España, que vale muchísimo dinero y me encantaría poder contar con tu presencia para extirparle un pétalo y gemir ese aroma mientras a tu lado sonrío.