Una más

Desde hace un mes que no recuerdo haber visto algo lindo. Supongo que serán mis pocas ganas de salir de aquí. Me hace falta salir un poquito de casa. No es muy grande el monoambiente y quizás de ahí el aburrimiento.
Hay una canción que dice:

una tijerita de oro
yo me quisiera comprar
para cortarte las alas
cuando te quieras volar

Y siempre que pienso en esa canción, me acuerdo del momento que decidí vivir sola. Mi padre, el peor de todos los problemas. Hace un año que no lo veo y debe ser por el gran enojo que le causó saber que la nena está muy bien sola. Aunque debería saber que la nena bien no está... y menos sola. Mi padre que tanto me quiere, tiene esa tijerita de oro y la usó todas las veces que pudo, más mi fuerza de voluntad, mis ganas de conocer esta gran ciudad que nunca descansa... ah, tantas ganas. ¿Dónde estarán esas ganas? Hoy sola, sin quien me acompañe, sin una caricia. Sí, claro que más de uno quisiera ser mi caricia; pero no me sirven. Diría que la melancolía por unos besos sinceros me está comiendo de a poco la sonrisa. Ya no sonrío como antes. Mi amiga, Lucrecia, dice que nadie sonríe en las ciudades y que este lugar no es una excepción. Ella se maquilla, evita grandes trapos y suficiente: el macho hace el resto. Pero mi macho no es así. Mi macho es inteligente, caballero, sincero y por sobre todo con muy buen gusto. Mi macho va más allá de los trapos o el maquillaje... pero todavía no apareció. Sería fácil pedirle prestados unos trapos a Lucre (digamos, nuevamente) y simular la sorpresa de un lindo gesto. Pero me costaría tanto ahora.
Ay, papá, ¿Adónde está esa tijerita de oro ahora que tengo alas? ¿Adónde voy con mis alas? Si mamá te viera, lo bien que te salí, estaría orgullosa. Ella que con una simple caricia te consolaba cuando volvías de la fábrica. Tantas cosas que me enseñó. Ay, papá ¿dónde está mi consuelo?


Hace un mes, en la puerta del edificio, vi una nena. Tendría seis o siete años. Estaba sentada en el cordón de la vereda. Imagínense la temperatura de una vereda en el mes de mayo. Una vereda que sin emociones cala hasta los huesos. Me acerqué porque me llamó la atención lo que tarareaba. Era una tonada. Una voz tan suavecita. No entendí lo que decía y me senté a su lado para oírla mejor. Era hermosa, digo, la nena. Estaba muy desarreglada, pero esos ojos grandotes, mirada frágil, pelo lacio y largo, largo. “Qué lindo”, le dije. Y me sonrió mientras seguía cantando. “¿Cómo se llama lo que estás cantando?” Y me volvió a sonreír. No me contestaba, pero no me importó, porque la canción era tan suavecita. “¿Y tenés hambre?”, le pregunté. Y no cantó más. Me miró y me asusté porque no cantaba más, pero inmediatamente me mostró todos sus dientes y empezó la canción de nuevo. Y sonreía y cantaba. Y se paró y bailó. Y yo, sentada en el cordón de la vereda pensaba en lo que haría si subía sola a mi aburrida habitación. La rutina del ruido de la panza, el vecino peleando con su mujer, la mesa sola, sentirme mal porque lo único que escucho son reproches de un vecino abusador o el ruido del motor de la heladera. Y ella a mi lado… bailaba. Y yo escuchaba sentada en la misma fría vereda, con los ojos cerrados...
“¿No te gustaría subir a casa y cenar conmigo?”, le pregunté tímidamente.
“Bueno”. Me dijo y se me puso la piel de gallina. Aquella hermosura me haría compañía. Y conocería otra voz y olería otro aroma. Y estaría hurgando mis cajones mientras preparo la comida. Y podría sentir una mirada en ese lugar tan chico y tan sombrío. Tan, tan... no sé... tan seco. Pero no más. Eso ya se terminó. Eso...
“Eso que cantabas, ¿cómo se llama?”, pregunté en el ascensor mientras ella se fascinaba con la botonera.
“Banderita Colorada”, contestó mirándome fijo.
“¿Y que es?”
“Una tonada... de Jujuy.”
“¿Vos sos de Jujuy?”
“Sí”, contestó ofendida.
“¿Y tu mamá?”
“No sé.”
“¿Y tu papá?”
“No sé.”
“Bué... ¿qué querés comer?”
“Algo calentito”
“¿Me cantás de vuelta la canción?”

Banderita colorada,
vámonos pa´ la quebrada
Aquí la fiesta no dura
porque no hay canto con caja
Yo soy como el nubladito,
me mantengo alto y bajo
En el invierno pa´ arriba
y en el verano pa´ bajo
Cuando el pobre anda queriendo
viene el rico y se atraviesa
Y el pobrecito se queda
rascándose la cabeza
Yo vide pasar el agua
entre la piedra y la arena
Así pasan mis amores
entre la dicha y la pena
Una tijerita de oro
yo me quisiera comprar
Para cortarte las alas
cuando te quieras volar